ENCICLOPEDIA de BIODERECHO y BIOÉTICA

Carlos María Romeo Casabona (Director)

Cátedra de Derecho y Genoma Humano

tecnociencia (Ético )

Autor: MARÍA JOSÉ GUERRA PALMERO

Como la misma palabra indica, el concepto al que dedicamos esta entrada, es un híbrido en el que se toma nota del colapso de las fronteras tradicionales entre episteme y techné, entre ciencia, pensada como conocimiento básico o puro, y destreza o aplicación técnica. Para tener una visión justa del giro semántico y pragmático señalado por la tecnociencia, con su distintivo énfasis en la instrumentalidad, Brian Barnes nos ilustra acerca de que la historia de la ciencia y de las técnicas ha estado prejuiciada por el privilegio que en distintas épocas ha tenido todo lo relativo al mero conocimiento. Esto ha hecho que aspectos decisivos como la instrumentación científica, de neto carácter técnico, hayan sido hasta hace muy poco tiempo marginados en las narrativas acerca del desarrollo de la ciencia. La aparición del término tecnociencia remite a las transformaciones ligadas a la Big Science, a la macrociencia, en las últimas décadas del siglo XX —ilustradas por Javier Echeverría— y, básicamente, pretende indicar el carácter creativo de su modo de hacer, es decir, lo distintivo de la tecnociencia es que crea o modifica entidades, hace emerger nuevas realidades dejando atrás la escisión entre ciencia básica y aplicación posterior. El efecto multiplicador de la capacidad de acción humana es lo que, desde los enfoques éticos, se ha resaltado de la tecnociencia. La nota de la emergencia de novedades ha sido ejemplificado con el tránsito desde el concepto tradicional de la ingeniería, que diseña y produce artefactos y prototipos —que, como comentaba Hans Jonas, son desechados si se consideran «defectuosos »— a la ingeniería genética que con su hacer modifica los patrones biológicos producto de la evolución creando realidades nuevas y vivas. Ya no es posible hablar del tradicional ensayo y error ni del recurso a la predicción teórica para anticipar la novedad. La tecnociencia avanza hacia lo desconocido y desata los efectos de la ambigüedad. Autoras como Donna Haraway hablan de que la tecnociencia «excede extravagantemente» distinciones que han amueblado nuestros mapas mentales: lo natural y lo artificial, lo natural y lo social, los sujetos y los objetos. La revolución epistemológica promovida por la tecnociencia es, también, una revolución ontológica —poblada de nuevas entidades como nanopartículas, transgénicos, chips inteligentes o clones—, de hecho las nuevas tecnologías de la comunicación y las biotecnologías nos ponen sobre la pista del cyborg, uno de los iconos culturales de nuestra época.
Los actores de esta tecnociencia no sólo son los científicos y los tecnólogos, igualmente importante son los inversores, gestores, empresarios, políticos, juristas, etc. Empresas multinacionales y agencias estatales o supraestatales prestan el marco organizativo e imprimen impulsos y frenos en la tecnociencia. De esta proliferación de actores de la tecnociencia se deriva el impacto en la vida cotidiana de dinámicas y productos. Echeverría, en concreto, lo explica hablando de las nuevas realidades sociales creadas por las Tecnologías de la Información y de la Comunicación. Por otra parte, la llamada convergencia tecnológica es un rasgo de nuestro presente: sin las herramientas informáticas, las biotecnologías no habrían avanzado —se habla de bioinformática—, y ahora éstas se ven abocada a fusionarse con la nanotecnología o con los últimos desarrollos de la Biología sintética, por sólo poner algún ejemplo. Un resultado de esta convergencia es que las reglas éticas diseñadas para cada campo tecnológico deben ser repensadas una y otra vez para abordar el dinamismo vertiginoso plagado de fusiones e hibridaciones— de la innovación tecnocientífica.
Desde el Sur del planeta se observa con suspicacia este panorama dado que los efectos de la tecnociencia en gran parte de la población humana brillan por su ausencia —hacer una llamada telefónica es un lujo muchas veces inalcanzable en grandes zonas de África, Asia o Iberoamérica, cuanto más tener acceso a Internet—. El llamado orden económico mundial sostiene obstáculos insalvables para la transferencia tecnológica del Norte al Sur relativos a las regulaciones de la Organización Mundial del Comercio y al régimen de propiedad del conocimiento. Esto ha llevado a algunos analistas a hablar de tecnociencia postcolonial cuando se ponen sobre la mesa las inequidades generadas por mecanismos económicos que vetan el acceso a tecnologías básicas a los habitantes del Sur —el acceso a medicamentos esenciales, por ejemplo— y a fenómenos como la apropiación de conocimientos locales de comunidades indígenas o tradicionales en lo referido a biodiversidad no humana. La denuncia de que la bioprospección es una forma de piratería ha impactado en la Bioética internacional.
La tecnociencia, como peculiaridad más destacada, afecta a nuestros valores culturales y percepciones sociales, especialmente a las que remiten al bienestar y al riesgo. No podemos obviar, además, que otra característica a sumar al carácter desestabilizador de la tecnociencia, es el que se refiere a las polémicas desatadas por sus efectos sociales, sanitarios y medioambientales. El mito de la neutralidad de la ciencia queda anulado por las implicaciones que se dejan sentir en la vida cotidiana de los ciudadanos por los productos directos, pero, también, por los efectos colaterales de las nuevas tecnociencias. Esta deriva ha recorrido ya un largo camino que va desde las objeciones éticas —especialmente beligerantes en el campo de las biotecnologías— al planteamiento de la necesidad de una gobernanza democrática de la ciencia que se traduzca en políticas públicas sensibles a las demandas de la ciudadanía como, por ejemplo, las relativas a seguridad o sostenibilidad. Hijos de la revolución tecnocientífica son las problematizaciones, no sólo de la gestión responsable del riesgo, sino de la gestión igualmente responsable de la incertidumbre — palabra que nombra aquellas situaciones en las que ni siquiera se pueden cuantificar los riesgos—, lo que requiere de abordajes ético-políticos —quizás el más conocido sea el recurso al principio de precaución— que pugnan por consolidarse jurídicamente y a diferentes escalas en medio de potentes controversias.

I. Enfoques y análisis de la tecnociencia.— Numerosos abordajes están intentando comprender y juzgar la revolución tecnocientífica. Enumeramos los que creemos más relevantes, advirtiendo de la porosidad creciente que se produce entre ellos:
a) La emergencia en los años sesenta del siglo XX de los enfoques sociológicos e históricos de la Ciencia, frente al tradicional normativismo de la Filosofía de la ciencia, ha dado pie a un enfoque llamado Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) en el que prima la interdisciplinariedad y en el que se anuló la frontera entre las que C. P. Snow llamaba las dos culturas —la humanística y la científica—. La enseñanza de que los valores no son ajenos al devenir de la ciencia ha propiciado enfoques axiológicos que, en tono weberiano, hablan del pluralismo valorativo y de las tensiones que afectan a las empresas tecnocientíficas. En este haz de enfoques, merece atención especial las reflexiones sobre la ciencia de John Ziman. En sus últimas contribuciones, ha documentado el tránsito de la ciencia académica, sostenida por un ethos no escrito —comunitarismo, universalismo, desinterés, originalidad y escepticismo— que se traducía en prácticas como la comunicabilidad de los resultados a la comunidad científica y a la sociedad —en consonancia con el origen ilustrado de la Ciencia moderna—, a una Ciencia postacadémica — híbrido entre la académica y la industrial— mediada por las relaciones impuestas, de un lado, por las grandes corporaciones que acaban con la autonomía del científico al ponerlo al servicio de valores como la propiedad —de ahí la relevancia del sistema de patentes— y de servicio a élites técnicas concretas y grupos específicos de poder que, entre ambos, imponen, debido a consideraciones mercantilistas, la no comunicabilidad de lo investigado. Los intereses tecnocráticos estipulan la preponderancia para la creación de la propiedad del conocimiento en las nuevas coordenadas de la llamada «economía del conocimiento». Asimismo, alentado por las directrices y procedimientos estatales sobre programas de investigación se afianza la importación de la cultura burocrática al ámbito científico. Mercado y Estado —o realidades supranacionales como Europa y sus programas marcos— determinan fuertemente los rasgos de la empresa tecnocientífica. Los análisis de la ciencia corporativizada o del biocapitalismo, el que patenta la vida modificada y la comercializa en la forma de patentes biotecnológicas, son nuevos tópicos en estas líneas de estudios sociales críticos de la ciencia. Si la ciencia académica, y su halo de independencia y neutralidad, pretendía mantener a raya las incursiones de la ética, la postacadémica no puede aspirar a marginar los enfoques críticos de naturaleza ética y política. La responsabilidad social de la tecnociencia, tanto privada como pública, está en el punto de mira.
b) La Ética, con ciertas reticencias, ha reaccionado, también, a las novedades tecnocientíficas. De hecho, el giro aplicado de esta disciplina ha visto nacer a la Bioética, a la Ética medioambiental y, más recientemente, a la Tecnoética. La Bioética, en primer lugar, se ha centrado en las preocupaciones suscitadas, especialmente, por las biotecnologías, la reproducción asistida, y, en los últimos tiempos, por las perspectivas de la neurociencia. Una de sus características ha sido el desarrollo de una institucionalización progresiva centrada en los comités de expertos y en la práctica de la deliberación y el consenso. La Bioética ha sido criticada, en la última década, por no ser suficientemente democrática y por cerrar los ojos a las realidades de la desigualdad y la injusticia tanto en la escala nacional como en la global. Su génesis en los EE.UU., con su modelo privado de sanidad, ha sido considerado un fuerte hándicap para abordar problemas de carácter sociosanitario. El vértigo de las innovaciones biotecnocientíficas ha guidado sus pasos —por ejemplo, la movilización ético-jurídica en torno al Proyecto Genoma Humano, uno de los más preclaros ejemplos de macrociencia—. La incorporación de enfoques críticos ha puesto de manifiesto el fin de una pax bioethica sustentada en el consenso de expertos socializados en una misma cultura profesional. En segundo lugar, la Ética medioambiental se ha hecho eco de las demandas ciudadanas sobre los efectos de la industrialización, la contaminación química, los efectos de la energía nuclear o el cambio climático esgrimiendo el valor de la sostenibilidad. El nexo entre ecología y salud en torno a la importancia de los factores medioambientales es una línea de trabajo que está enriqueciendo los enfoques bioéticos. Más, recientemente, la llamada Tecnoética ha abordado la estimación de los impactos de las tecnologías de la información o de las novedades de la nanotecnología por poner dos ejemplos señeros. Estos desarrollos teórico-prácticos han desencadenado una atención específica a las teorías éticas de la responsabilidad. Pueden ser enumerados aquí, a modo de botón de muestra, algunas elaboraciones ya clásicas: la heurística del temor de Hans Jonas, la tesis de la inexorabilidad del riesgo de Evandro Agazzi, la inclusión de la ética como comoponente de la objetividad y seguridad de la ciencia de Shrader-Frechette, las propuestas de una ética para la tecnología, con especial incidencia en la educación ética de los técnicos, de Carl Mitcham, o los esfuerzos por asignar responsabilidades a diferentes escalas de Hans Lenk. La evaluación de riesgos de las tecnologías y la propuesta de reglas y límites éticos son una característica común de todos ellos.
c) A pesar de que los enfoques anteriores, no son ajenos a la problematización política, si podemos detectar un énfasis reciente en los análisis de la tecnociencia del tópico de la gobernanza. Demandas de «ciencia para la gente» se han generalizado en determinados movimientos sociales y, caso a caso, van impregnado las dinámicas de la sociedad civil. Un tema antes impensable, el que correlaciona ciencia y democracia es hoy un tópico de la ciencia política. Se demanda no sólo accountability —rendición de cuentas a posteriori— de las políticas científicas para que demuestren su utilidad social, sino, también, se esgrimen argumentos a favor de erosionar la supuesta autonomía de la empresa tecnocientífica, que en los tiempos actuales, está dirigida tanto desde las empresas privadas como desde los grandes programas estatales o supra estatales.
d) Finalmente, los estudios culturales han analizado el papel de la Tecnociencia como icono post o tardomoderno desde enfoques semióticos, antropológicos, estéticos. Entre esta pléyade de análisis, cobra relevancia el factor publicitario. Hoy podemos hablar del marketing de la tecnociencia. Se utiliza, incluso, el lenguaje de la creación de burbujas especulativas para hablar de las promesas, muchas veces no cumplidas, que intentan legitimar ejes estratégicos de las macrociencias, necesitadas éstas de inversiones millonarias. Quizás, un ejemplo señero de una burbuja que se pincha sea el de la terapia génica en donde hay que registrar un buen número de fracasos. Inflar las expectativas es un ejercicio promocional y comercial que apela a la credulidad de un público ávido de novedades —ahora centradas en la investigación con células troncales o en las promesas de la nanotecnología— y no al escepticismo sensato que es una de las características de la «buena» ciencia y debería, asimismo, ser una cautela incorporada en el ciudadano bien informado. La Sociología, por otra parte, frente a las esperanzas desmedidas, ha acuñado diagnósticos contrarios al tecno-optimismo como el ya famoso de la «sociedad del riesgo » de Ulrich Beck que apela a las dinámicas sociales del miedo y dictamina que los efectos colaterales de las tecnologías complejas no son siempre susceptibles de ser manejados con responsabilidad. La tecnociencia, como fenómeno complejo y ambiguo, es, pues, una seña de identidad de nuestra sociedad globalizada.
Concluimos, a partir del hecho de la proliferación de enfoques analíticos y críticos, la necesidad de enfoques interdisciplinares —que atiendan a los aspectos económicos e institucionales— de la Tecnociencia. Despertar del sueño romántico de la ciencia académica, intentando restaurar muchos de sus compromisos implícitos, es lo que nos propone Ziman. La determinación económica y política de la ciencia requiere de marcos éticos y políticos nuevos que apuntan a una ciudadanía científica, de la misma manera que en algunos medios ya se habla de ciudadanía verde o ambiental. El escándalo de que la demanda tecnocientífica la decida la sola búsqueda exacerbada del beneficio y no las necesidades sanitarias y alimentarias de la humanidad se hace presente en hechos como que la investigación farmacológica no atienda a las enfermedades que sufren los que viven en el Sur del planeta. Igual que se habla de política de la ciencia, hay que empezar a hablar de una economía social y ética de la ciencia en el que se de oportunidades de desarrollo a la gran parte de la humanidad que carece de acceso a asistencia sanitaria básica y a medicamentos esenciales. La Tecnociencia sirve, desgraciadamente, para medir la brecha entre el Norte y el Sur del Planeta. A este respecto, no pueden ser obviadas de las discusiones acerca de la llamada Justicia global en el marco de una Bioética internacional.

II. Más que riesgo, incertidumbre.—Uno de los análisis del devenir tecnocientífico más estimulantes, que enfatiza los aspectos éticos y políticos, son los proporcionados por Funtowicz y Ravetz en 1990. Van a inspirarse en Thomas Kuhn y en su diagnóstico de «ciencia normal» —opuesto a ciencia extraordinaria— para hablar de «ciencia posnormal». Si la ciencia normal se caracterizaba por la hegemonía de un paradigma científico que daba cobertura a la resolución de problemas y la ciencia extraordinaria por la competencia entre paradigmas, abriendo una crisis en la que compiten diversas visiones, la ciencia posnormal va a tomar nota de una de las características de la tecnociencia: el expandirse más allá del laboratorio, el trascenderlo y exportar su modo operativo al medio natural y social, como Bruno Latour ya había sugerido. Un ejemplo actual puede ser cómo controlar la nanocontaminación ya que poner barreras a las nanopartículas parece ser una misión, de momento, imposible. Otro ejemplo ya clásico tiene que ver con la expansión «natural» de los productos de la transgénesis que ha creado situaciones tan delirantes como el pedir cuentas de alguna multinacional del ramo a agricultores que no habían usado sus semillas, protegidas por la propiedad intelectual, pero que se habían visto «contaminados » por su expansión natural. En Europa, y, especialmente, en el Reino Unido, el shock provocado por el conocido popularmente como mal de las vacas locas va a crear un clima de desconfianza ciudadana hacia la capacidad del Estado de vigilancia para detectar efectos indeseados de malas prácticas industriales en la ganadería y hacia la ciencia por no haber previsto el carácter letal de los priones. La aplicabilidad y la instrumentalidad de la Tecnociencia, su fuerte carácter pragmático y cortoplacista, su traductibilidad inmediata en la vida cotidiana, han hecho saltar, por tanto, numerosas alarmas. Desde que el laboratorio —lugar tradicional del experimento— se ve «desbordado», la evaluación ética y la consideración crítica de la toma de decisiones económicas y políticas en torno a la naturaleza y efectos de la tecnociencia se sitúa en el alero.
Asilomar, la conferencia que sobre la recombinación del ADN tuvo lugar en 1975 sirvió de hito en la toma de conciencia del problema ante lo que se llamaba, en su documento de conclusiones, el «riesgo inesperado» derivado de la liberación y diseminación de bacterias modificadas. Antes de esta conferencia, en 1963 se había firmado un tratado de limitación de las pruebas nucleares tomando conciencia de la expansión en el tiempo y en el espacio de los efectos de la radioactividad. A partir de aquí, en la tecnociencia creativa y ambigua, la incertidumbre, que es tal porque se resiste a que el riesgo pueda ser cuantificado, se plantea como irreductible. Ulrich Beck hablara de la caída del dogma de la «infalibilidad del cálculo de riesgos probabilístico», de la caída en desgracia del supuestamente aséptico risk assesment.
Todo lo anterior nos lleva a concluir que la incertidumbre no desaparece sino que tiene que ser «manejada», «gestionada», pero no con los medios clásicos de la deducción formalizada, sino mediante el diálogo y la deliberación entre todos los actores poniendo sobre la mesa valores y preferencias sociales. Estos procesos deliberativos, institucionalizados como conferencias de consenso o jurados de ciudadanos, necesitan de información veraz y consciente de sus propias limitaciones. Se llega a hablar de la necesidad de firmar un nuevo contrato social para la ciencia. La idea es que los excesos tecnocráticos se moderan asignando a los expertos el papel de informadores de la ciudadanía y no el de exclusivos decisores. Frente al hecho de los llamados «efectos colaterales», el debate entre valores éticos y sociales cobra prioridad y protagonismo. La Ética no es una externalidad de la empresa tecnocientífica. La autolimitación de la tecnociencia es una demanda social no resuelta adecuadamente en nuestros marcos institucionales. La pregunta es frente a los efectos secundarios de la tecnociencia: ¿qué riesgos, conocidos y/o desconocidos, estamos dispuestos a correr? Esta situación ha supuesto repensar de forma ampliada la misma noción de responsabilidad y precipita la aparición de cautelas previas encarnadas en el principio de precaución. En el terreno de la Ética de la Ciencia podemos encontrar argumentaciones que han preparado el terreno a este giro, un giro que denominamos como ética aplicada y que orbita en torno al sentido de la responsabilidad. Un giro que se cualifica con la demanda de democratización de la política científica para intentar poner al servicio del desarrollo humano y de la sostenibilidad las convergentes derivas tecnocientíficas del presente.

Véase: Bioética, Bioinformática, Biopolítica, Filosofía de la Ciencia, Globalización y Bioética, Nanotecnología, Percepción Social de la Ciencia, Principio de Precaución, Principio de Responsabilidad, Riesgo, Salud.

Bibliografía: AGAZZI, E., El bien, el mal y la ciencia. Las dimensiones éticas de la empresa científico-tecnológica, Madrid, Tecnos, 1996; BARNES, B., «Elusive Memories of Technoscience», Perspectives on Science, núm. 13, Vol. 2, 2005, págs. 142-165; BECK, U., La sociedad del riesgo. En camino hacia otra sociedad moderna, Buenos Aires, Paidós, 1998; CÓZAR J. M. DE (ed.), Tecnología, civilización y barbarie, Barcelona, Anthropos, 2002; ECHEVERRIA, J., La revolución tecnocientífica, Madrid, México, Fondo de Cultura Económica, 2003; HARAWAY, D., Testigo_Modesto@Segundo_Milenio. HombreHembra@_Conoce_Oncoratón®. Barcelona, Editorial UOC, 2004; JONAS, H., Técnica, Medicina y ética. Sobre la práctica del principio de responsabilidad, Barcelona, Paidós, 1997; LATOUR, B., «Give Me a Laboratory and I will Raise the World», en K. Knorr-Cetina y M. Mulkay (eds.), Science Observed: Perspectives on the Social Study of Science. Londres, Sage, 1983, págs. 141-170; SHRADER-FRECHETTE, K., Ethics of Scientific Research, Boston, Rowman & Littlefield Publishers, 1994; ZIMAN, J., ¿Qué es la ciencia?, Madrid, Cambridge University Press, 2003.


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