Autor: ISAAC LEONARDO YAROCHEWSKY
La búsqueda por huir del dolor, el hedonismo y el intento de entender lo ininteligible son, para muchos, características inherentes a la propia personalidad humana. Por esta razón, no asusta el hecho de resultar absolutamente imposible identificar el marco histórico exacto en que la primera civilización comenzó a utilizar las drogas. Al final, las alteraciones psíquicas generadas por las drogas son capaces de hacer que, por lo menos temporalmente, el hombre pueda aproximarse a aquellos inalcanzables fines, disminuyendo su dolor, saciando sus voluntades y experimentando los más diversos placeres y sensaciones.
De hecho, la humanidad, a lo largo de su historia, ha entrado en contacto con los más diversos tipos de sustancias psicotrópicas. Y mucho más, la mezcla entre la magia, la religión, la química y la farmacia en la antigüedad hizo que el consumo de drogas fuera no solamente tolerado, sino, muchas veces, fomentado por la sociedad.
Según los relatos históricos, la cultura de las hojas de coca en el norte de Perú se remonta al año 2500 a.C. Registros sobre el cultivo de la marihuana, por ejemplo, remiten al año 1000 a.C, en la India, cuando se recetaba como remedio para diferentes males. Historiadores afirman que los mayas ya conocían y utilizaban el tabaco mucho antes de la llegada de los europeos a América. El opio encuentra su origen en el Oriente Medio, siendo su uso introducido por los árabes en China y en India con finalidades curativas.
La Biblia, más de una vez, hace alusión a las sustancias dotadas de efectos estupefacientes. Además de la referencia hecha a la embriaguez de Noe con vino (Génesis, 9.20-21), hay también una recomendación de recurrir a la bebida alcohólica como forma de remediar los efectos de la depresión (Proverbios, 31).
Merece destacar otros, la gama de degustadores famosos del vino a base de coca llamado «elixir Mariani», producido en la segunda mitad del siglo XIX por el comerciante y químico Ángelo Mariani: julio Verne, Zola, Rodin, Thomas Ericson, Reina Vitoria, Papas Pío X e León XIII (Guimarães, 2007, pág. 407).
No se puede perder de vista, tampoco, que la propia comunidad académica llegó, incluso, a entusiasmarse con los efectos psicoactivos de determinadas sustancias. Sigmund Freud se deslumbró con el resultado de euforia provocado por la utilización de cocaína en el tratamiento de estados de depresión. Vino, dicho sea de paso, a recetar su consumo para algunos pacientes, antes de saber que la droga «recién descubierta» también podría provocar dependencia.
La cocaína, que como ya se ha mencionado, fue efusivamente recibida por la academia, representa en realidad sólo un pequeño ejemplo del vínculo casi umbilical existente entre las drogas y las ciencias. Dicha relación de proximidad continúa estrechándose, siendo su expresión máxima encontrada en las drogas sintetizadas de laboratorio, bajo el patrimonio de grandes compañías farmacéuticas, fenómeno que comenzó en los albores del siglo XX y que continúa en curso.
Obsérvese el caso de la droga conocida como ecstasy. El ecstasy fue sintetizado por primera vez en el año 1912, en los laboratorios Merck, con el fin de usarlo como un reductor de apetito. Su aplicación práctica, sin embargo, fue diversa, siendo firmes los relatos de su aplicación en el campo de la psicoterapia. Abandonado y olvidado por algún tiempo, el ecstasy resurgió en la década de los 70, ocasión en la que se inició el uso recreativo del estupefaciente, que alcanzó niveles nunca antes imaginables en esta década, como se observará a lo largo de este trabajo.
Otra conocida droga sintética, el LSD (Lysergic Saure Diathilamid), fue desarrollada por el químico suizo Dr. Albert Hofmann de los Laboratorios Sandoz en el año 1938. Los entusiastas del LSD vislumbraron su aplicación tanto como recursos psicoterapéuticos como en el tratamiento del alcoholismo y las disfunciones sexuales.
Estos ejemplos son interesantes para ilustrar el hecho de que el tratamiento prohibicionista de la cuestión de las drogas es algo reciente. La humanidad se ha valido de los tóxicos para las más diversas finalidades (curativas, religiosas, espirituales, recreativas) hace milenios, siendo solamente ahora, hace menos de un siglo, cuando el asunto se ha convertido en un tabú, haciendo que cualquier alternativa a la hora de enfrentar la cuestión de otra forma que no sea la criminal, reciba fuertes críticas de la prensa, de la sociedad y del propio Estado. Se olvida, igualmente, que la barrera entre lo lícito y lo ilícito es tenue, pues las propias industrias farmacéuticas han sido responsables del desarrollo de innumerables drogas sintéticas que incrementan el tráfico y causan pesadillas a las autoridades.
El tratamiento prohibicionista de la cuestión de las drogas tiene sus raíces en la Convención de la Haya de 1912 (también conocida como la Convención Internacional del Opio). Posteriormente, se realizaron otras tres convenciones en la ciudad de Ginebra, en Suiza, en los años 1925, 1931 y 1936. En esta última, se destaca, que se acordó la opción por el castigo penal de las drogas por parte de los países signatarios.
La convención única de 1961, realizada en New York, anuló todas las anteriores, disponiendo las nuevas acciones que las partes contratantes debían adoptar para el combate de las drogas, trayendo dispositivos orientadores de políticas internas y externas, manteniendo, nuevamente, énfasis en la adopción de medidas represivas de naturaleza penal. Este pacto fue refrendado por la Convención de Viena en 1988, que instauró, de una vez, la política internacional de control de drogas. Realizada durante el gobierno de Nixon, que deflagró el actual plan norteamericano de guerra a las drogas, la Convención de Viena, que alberga a la mayoría de los Estados del mundo como signatarios, representó la consolidación del tratamiento prohibicionista de las sustancias psicotrópicas a nivel mundial, al trazar como directriz la opción de criminalización del tráfico y la posesión de drogas para uso propio.
En el Derecho penal brasileño, como informa Heleno Fragoso, son recientes las disposiciones sobre la cuestión de las drogas. El Código Penal de 1890, la primera legislación penal nacional elaborada bajo los auspicios de la República, punía con pena de multa «poner a la venta o administrar sustancias venenosas, sin la debida autorización y sin las formalidades prescritas en los reglamentos sanitarios». Una vez ya bajo la inspiración de la Convención de la Haya, en el Decreto n° 4.294/21 apareció el requerimiento de pena privativa de libertad cuando la substancia venenosa tuviera carácter estupefaciente, como por ejemplo el opio y la cocaína (Fragoso, 1986, pág. 237).
De ahí en adelante, la opción del legislador brasileño por criminalizar la cuestión de las drogas se hizo evidente. La norma legislativa actualmente en vigor, la Ley n° 11.343/06, criminaliza tanto la conducta consistente en la posesión de sustancias estupefacientes para uso propio como el llamado tráfico de drogas. No faltan, incluso, críticas a la opción político-criminal del legislador patrio. Imbuido del espíritu de la War on Drugs, inspirado por los fracasados intentos norteamericanos de afrontar el problema de las drogas por la vía de la represión social, el país ha optado por endurecer el tratamiento legislativo destinado al «traficante». Actualmente, en Brasil, el ciudadano condenado por homicidio (penas de 6 a 20 años), violación (penas de 6 a 10 años), o aborto sin el consentimiento de la gestante (penas de 3 a 10 años) pueden, perfectamente, recibir unas condenas mucho menores que las de los responsables por la venta de sustancias estupefacientes (penas de 5 a 15 años). La posesión de tóxicos para uso propio sigue estando criminalizada, pero es inconcebible la aplicación de la pena privativa de libertad.
Sin embargo, ¿cuál es el fundamento para el tratamiento penal de las drogas? ¿Por qué la prohibición del uso de la marihuana o de la cocaína y la liberación del alcohol y del tabaco, drogas que causan más muertes que aquéllas que son consideradas como ilícitas? ¿Es el Derecho penal la mejor alternativa para solucionar el problema de las sustancias psicotrópicas? Para responder mejor a estas preguntas, es importante que se hagan algunas consideraciones sobre algunos de los diferentes tipos de drogas que se conocen.
La marihuana, obtenida de la planta cannabis sativa, es con seguridad una de las drogas más populares entras las consideradas como ilícitas. Recibe diferentes nombres a alrededor del planeta: bangh, ganja, diamba, marijuana y marihuana, sólo por citar algunos (Oliveira, 1995, pág. 241). Se trata de una substancia alucinógena que provoca efectos perturbadores, alterando el funcionamiento mental y la percepción de la realidad, especialmente en virtud de los efectos que provoca en el sistema sensorial. Su principal principio activo es el tetrahidrocannabinol, conocido como THC.
La marihuana se encuadra dentro de las drogas consideradas como leves. Sin embargo, su uso continuado puede generar pérdidas de memoria, reducción de la capacidad mental, desorientación, y, en casos extremos, la infertilidad masculina. Por otra parte, como sustenta Gevan de Almeida, «hay opiniones que manifiestan que la marihuana es menos nociva para la salud que el alcohol, aunque esto no quiere decir que su uso sea aconsejable. Los que apoyan su liberación resaltan su lado saludable, mientras que sus detractores, su lado nocivo. Los primeros dicen que tiene efectos analgésicos y que abre el apetito, contribuyendo a la recuperación del peso en portadores del SIDA y aliviando los dolores de enfermos de cáncer, náuseas y vómitos en aquéllos que están bajo tratamientos de quimioterapia » (Almeida, 2004, pág. 63). Se registra, de hecho, que hasta finales del siglo XIX, eran apreciadísimos en Brasil los llamados cigarros indios, hechos de Cannabis indica (variedad de marihuana cultivada principalmente en la India) por el laboratorio francés Grimault y Cía.
La resina pura de la planta femenina recibe el nombre de hachís, droga considerada de cinco a diez veces más potente que la marihuana, lo que significa que puede contener, en algunos casos, hasta un 10% de THC. Además del hachís, hay una conocida variación de laboratorio que recibe el nombre de skunk, cuya concentración de TCH llega a ser 25 veces mayor que la de la marihuana.
El principal alcaloide aislado de las hojas de coca, en 1860, recibió en nombre de cocaína. Y, como se dice, su descubrimiento causó furor entre la comunidad académica, incluso en el eminente Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, que en 1884 recibió una muestra de esta droga del laboratorio Merck. Pocos años después, A G. Chandler creó un refresco en el que se añadía una pequeña cantidad de esta substancia; se la bautizó con el nombre de Coca-Cola. Descubiertos los efectos nocivos de la substancia, ésta se prohibió en la mayor parte de los países. La Medicina la proscribió como anestésico y el famoso refresco la substituyó por la cafeína. Se llegó a la conclusión de que el aumento de energía y la euforia generadas a partir del uso de la cocaína no compensaba sus efectos secundarios. En Brasil, la prohibición se estableció en el año 1921.
De hecho, las consecuencias del uso de la cocaína pueden ser devastadoras. De acuerdo con Bacila y Rangel, «al alcanzar el cerebro y acabar con los neurotransmisores, el usuario deja de sentir los placeres más comunes y, con el desarrollo de la tolerancia que es la necesidad de consumir cada vez más droga para alcanzar los mismos resultados hasta que el organismo se sature, el precio para la salud es el desarrollo del pánico. El pánico es un miedo repentino y sin fundamento racional, provocado por el uso de cocaína debido a las sensaciones horripilantes como las de tener bichos andando sobre el cuerpo o de insectos bajo la piel (el usuario llega hasta el punto de lesionarse para retirarlos), psicosis depresivas, manías mórbidas de persecución, subida de tensión con problemas cardíacos, derrames cerebrales, convulsiones, reacciones alérgicas y fuerte síndrome de abstinencia, perforación de septo nasal, impotencia sexual, con irritaciones, perdida de sueño, cansancio, etc.» (Bacila, 2007, pág. 56).
El desarrollo de la tolerancia hace que el dependiente químico necesite consumir cada vez mayores cantidades de droga para satisfacerse; satisfacción que se hace, en cada «raya» o «pico», más difícil de alcanzar (las principales formas de uso de la cocaína son la inhalación y la inyección por medio de jeringuilla).
Sin embargo, los efectos de la cocaína son menos nocivos que los del crack, una amalgama de la pasta base de coca con bicarbonato de sodio capaz de generar una situación de dependencia en el usuario en un tiempo récord (en algunos casos, simplemente probándola). Esta droga apareció en Estados Unidos, concretamente en las calles de Nueva York, en la década de los 80 del siglo pasado, los primeros relatos de introducción en el territorio brasileño se remontan a inicios de la década siguiente (Bacila, 2007, pág. 57). La propagación de este tóxico asusta a las autoridades por tres razones principalmente: de acuerdo con lo expuesto, crea adicción al usuario rápidamente; es vendido por precios muy bajos, lo que facilita el acceso del adicto; genera daños irreversibles al sistema nervioso.
Otro conocido derivado de la cocaína recibe el nombre de merla. Este estupefaciente se produce a partir de sobras de cocaína mezclados con otras sustancias, tales como el éter, queroseno y bicarbonato de sodio. No hay duda, por lo tanto, de que sus efectos para la salud humana son mucho más nocivos que los naturales por el uso de la propia cocaína.
La morfina y la heroína son los ejemplos de opiáceos más conocidos. El tráfico de opio en el mercado chino causó dos conflictos entre China y Reino Unido durante el siglo XIX, las llamadas Guerras del Opio. Se zanjó con la entrega de Hong Kong al Reino Unido y un saldo de millares de chinos adictos a esta substancia estupefaciente. El opio y sus derivados se caracterizan por generar una breve sensación de euforia y placer, seguida de un sentimiento de desconexión, teniendo por lo tanto, un fuerte efecto analgésico. Se trata de una sustancia capaz de provocar las crisis más graves de abstinencia, marcadas por escalofríos, sueño intranquilo, agitación anormal, bostezos violentos que casi dislocan la mandíbula, enfriamiento de la piel (cold turkey), agudas contracciones intestinales y vómitos arrasadores, frecuentemente impregnados de manchas de sangre, entre otras patologías.
Actualmente, el consumo de sustancias psicotrópicas naturales está experimentando una disminución significativa en todo el mundo. No porque los esfuerzos de la guerra contra las drogas, dirigida por los Estados Unidos, esté dando resultado. No porque el Plan Colombia haya efectivamente ayudado a los jóvenes del planeta a librarse de las drogas. En realidad, los jóvenes sólo han cambiado sus hábitos, o mejor dicho, tienen uno nuevo favorito: la droga sintética.
La búsqueda de drogas sintéticas ha provocado la disminución del consumo de cocaína en los EE.UU, y en algunos países europeos, sin alterar, aun así, la tasa de consumo general. Estas drogas encuentran su principal exponente en el ecstasy, cuyo componente principal componente químico es el MDMA, siglas para referirse al metilenedioximetanfetamina. El consumo de drogas sintéticas, y especialmente del ecstasy, constituye un fenómeno relativamente reciente, cuyo boom se confirmó a comienzos de este siglo, en virtud de la eclosión y popularización de las fiestas rave, caracterizadas por maratones de noches, madrugadas y mañanas enteras de música electrónica. Este tóxico actúa en las neuronas cerebrales produciendo una sensación flotante, pérdida de la timidez y trance. Produce los más variados efectos sobre la salud humana, siendo los más importantes la hipertermia, las reacciones alérgicas y la disminución de la erección.
Algunos efectos del ecstasy recuerdan otra conocida y ya mencionada droga sintética, el LSD, desarrollado durante los estudios sobre contracciones uterinas. Cuando se consume produce sensaciones y diversas alucinaciones, destacando el llamado efecto flash-back, en el que el usuario, ya pasado un tiempo de su ingestión, sufre con la vuelta de alucinaciones.
La lucha contra las drogas sintéticas representa, actualmente, el gran desafío de las autoridades responsables de la represión del tráfico ilícito y uso de sustancias estupefacientes. Al final, aunque el ecstasy permanece como un icono, cada día son sintetizadas nuevas drogas, como nexus, opper, ice, shaboo, GHB, foxy, DOB, PMA, cetamina, erox entre otras, dificultando bastante la actividad represiva estatal.
La nicotina, presente en los cigarros también se clasifica como una droga. Esta funciona, en definitiva, como un estimulante, aumentando la concentración de dopamina (substancia localizada en punto de procesamiento de las sensaciones de placer) en el cerebro. Por analogía, sus efectos son semejantes a los de la cocaína o del crack.
La posibilidad de dependencia de la droga se presenta como vehemente, ante la alta velocidad de absorción de la nicotina por parte de los pulmones. De acuerdo con la investigación del Departamento de Salud de los Estados Unidos, se trata de la droga con mayor porcentaje de usuarios que se convierten en dependientes (cerca de 80%), además de tener una alta tasa de letalidad. Solamente a efectos de comparación, la segunda droga con mayor potencial de provocar dependencia es la heroína, capaz de crear adicción al 35 % de sus usuarios, o sea, menos de la mitad de la potencialidad de la nicotina. Su letalidad, a su vez, solamente puede compararse con la de la cocaína. Y por mucho que en los países desarrollados las campañas antitabaco estén obteniendo resultados considerables en términos de disminución del consumo, el mismo fenómeno no se está observando en los países en desarrollo, especialmente los asiáticos, que conviven, por el contrario, con un aumento de las ventas de cigarros (Almeida, 2004, pág. 60).
El alcohol, igualmente, representa una droga de igual o mayor peligrosidad, si se puede decir eso, en relación con todas las demás citadas anteriormente. Maria Lúcia Karan afirma, con la propiedad de quien fue juez de narcóticos en una ciudad con el porte y los problemas de Río de Janeiro (Brasil), que «el alcohol puede debilitar, herir o matar incomparablemente más que cualquier otra droga calificada como ilícita», ilustrando su posicionamiento con el ejemplo de España, país en el cual «el alcohol constituye la tercera causa de muerte, seguido de las enfermedades cardiovasculares y el cáncer, atribuyéndose a su consumo el 35% de los accidentes de tráfico, la cuarta parte de los suicidios y más de un 15 % de los accidentes de trabajo» (Karam, 1991, pág. 25).
La realidad brasileña, así como la norteamericana, no difieren en nada de la española. Según la revista Veja, por lo menos un 30% de los crímenes cometidos en Brasil son perpetrados por personas en estado de embriaguez. Sólo en São Paulo, la quinta área metropolitana más poblada del mundo, el 20% de los homicidios ocurren dentro o en las proximidades de los bares (Revista Veja, 21/04/1999). En Estados Unidos, un estudio realizado por el Instituto Nacional de Alcoholismo demuestra que el exceso de bebida es un factor presente en el 68% de los homicidios culposos, el 62% de los asaltos, el 54% de los asesinatos, el 72% de las violaciones y el 44% de los robos cometidos en el país. El mismo estudio muestra, además, que cerca de dos tercios de los casos de maltratos a los niños se cometen cuando los padres agresores están embriagados, sucediendo lo mismo en las peleas entre marido y mujer.
Las consideraciones desprendidas conducen a una conclusión realmente aterrorizante: la distinción entre drogas lícitas e ilícitas no pasa de ser una artificialidad. Hulsman, precursor de la abolición, ya indicaba que no existían diferencias ontológicas entre el crimen y el no crimen, entre lo criminalizado y lo tolerado o permitido. La posición selectiva del sello de pena sobre una de las conductas sería, en realidad, la única peculiaridad capaz de distinguir el comportamiento típico del atípico. De ahí la posición del autor por el imperativo de abolir el irracional sistema penal.
Considérese que la constatación de Hulsman encuentra albergue más que perfecto cuando se analiza la distinción entre drogas lícitas e ilícitas. Al final, examinando la repercusión social originaria del abuso del alcohol, del tabaco y de las drogas ilícitas, así como su letalidad y potencialidad de generar dependencia, la conclusión unívoca a la que se llega es en el sentido de la irracionalidad y de la abstracción de esta distinción.
Dicho de otra manera, la única diferencia, entre las drogas lícitas y las ilícitas se encuentra en el hecho de que las últimas son ilícitas. Ambas pueden causar dependencia, generar efectos sociales indeseables y conducir a la muerte. La diferencia se basa en conceptos irracionales, y la criminalización no está colaborando para la solución del problema de las drogas.
Y que no se diga que la diferencia entre drogas lícitas e ilícitas se basa en un criterio razonable, o de dependencia física. La marihuana no produce dependencia física pero, no obstante, su venta y consumo están prohibidos por la amplia mayoría de los países del mundo. La búsqueda de una explicación razonable a este fenómeno terminará en una gran frustración para el ser humano que se aventure en su búsqueda: la irracionalidad ha encontrado resguardo en la prohibición.
De hecho, es interesante constatar la incapacidad humana de aprender con los errores del pasado. Véase, por ejemplo, el periodo norteamericano de represión en el consumo de bebidas alcohólicas, durante la vigencia de la llamada Ley Seca. A comienzos del siglo XX, ligas antialcohólicas hacían campañas feroces pidiendo el cierre de los bares en el territorio norteamericano. Dichas ligas terminaron por lograr éxito en sus pretensiones, de manera que el 16 de enero de 1919 se ratificó la decimoctava Enmienda, que entró en vigor un año después, prohibiendo el comercio de bebidas alcohólicas.
En poco tiempo, el contrabando de bebidas alcohólicas floreció en los EE.UU. Poco a poco, pequeños mafiosos, normalmente italianos y vinculados estrictamente a pequeñas ilegalidades en sus barrios (juego y prostitución) pasaron a organizarse, como forma de emplear eficiencia logística al creciente y lucrativo negocio del contrabando de bebidas alcohólicas.
El lucro del negocio transcendía, y por mucho, más que cualquier otra especie de explotación de actividad ilegal antes conocida en el mundo. La variable de valor intangible de la criminalización era capaz de generar lucros exorbitantes. Fortalecida por el poderío económico y financiero, no tardó mucho para que la mafia consiguiera infiltrarse dentro del aparato estatal, deflagrando una oleada de corrupciones que dejó cicatrices todavía vivas en un país que tanto se enorgullece de sus instituciones. Otra novedad derivada de la Ley Seca fue la intensa organización de los criminales. Esto se debe a que la explotación del ramo de las bebidas alcohólicas no dejó, por el simple hecho de ser ilegal, de constituir una actividad notoriamente empresarial. Se inició, entonces, un amplio proceso de división de tareas dentro de la organización criminal, destinado a separar las actividades de fabricación, venta, cambio, transporte, importación, exportación, distribución, en fin, de hacer que la antigua banda del barrio actuara como una verdadera empresa. Nunca los criminales habían tenido tanto poder en suelo norteamericano.
Reconocidas las consecuencias nefastas derivadas de la Ley Seca, ésta se abolió el 5 de diciembre de 1933. Dejó como legado para el resto del mundo organizaciones criminales altamente capacitadas y especializadas en el desarrollo de las más complejas actividades ilegales.
Está históricamente probado, por lo tanto, que la prohibición es ineficaz como medio estatal de lidiar con el problema de las drogas. Desafortunadamente, los países sudamericanos no comparten esta opinión. Todavía tenemos una América del Sur vinculada a la Convención Única de Nueva York (1961) y a la de Viena (1988). Basta con verificar sus legislaciones, revisadas periódicamente y «juzgadas» por los Yankees. Son objeto de estudio, principalmente, las políticas adoptadas y la de sometimiento a las reglas por parte de los países, que pueden sufrir el corte de ayudas económicas en el caso de que no se les consideren como implicados en la War on Drugs.
De hecho, es hora de que Brasil, así como los restantes países sudamericanos, intente abrir un camino diferente, como hizo España después de las recientes modificaciones en su legislación penal. Dada la absoluta ineficacia del Derecho penal como instrumento para solucionar el problema de las drogas, se debe pensar en la alternativa de despenalización, dispensando la fracasada política prohibicionista norteamericana que, ante su absoluta ineficacia, está convirtiéndose en un mero intento de ejercicio de dominio sobre los países del cono sur.
Y que quede claro que no se pretende sugerir una despenalización inmediata y completa. Sin embargo, ante el fracaso del sistema prohibicionista, nuevas soluciones deben buscarse, sea a través del acceso controlado a las drogas o de una legislación controlada o parcial, como propone Kai Ambos (Ambos, Kai. 2003, pág. 27). No importa. Sólo importa que algo debe hacerse, y rápidamente, para cambiar la insostenible situación actual.
Véase: Culpabilidad, Dolor, Drogas, Enfermedad, Enfermedad mental, Imputabilidad, Psiquiatría, Tratamiento.
Bibliografía: AMBOS, Kai, «Razones del fracaso del combate internacional a las drogas y alternativas». Revista Brasileira de Ciências Criminais. São Paulo, núm. 41, págs. 27 a 50, ene-mar. 2003; ALMEIDA, Gevan de., O crime nosso de cada dia. Río de Janeiro: Impetus, 2004. BACILA, Carlos Roberto RANGEL, Paulo, Comentário penais e processuais penais à lei de drogas. Río de Janeiro: Lúmen Júris, 2007; FRAGOSO, Heleno Cláudio, Lições de direito penal. Río de Janeiro: Forense, 1986 v.II. GUIMARÃES, Marcelo Ovídio Lopes, Nova lei antidrogas comentada. São Paulo: Quartier Latin, 2007; GUIMARÃES, ISAAC Sabbá, Nova lei antidrogas comentada: crimes e regime procesual penal. Curitiba: Juruá, 2007; HULSMAN, Louk, Penas perdidas. Río de Janeiro: Luam, 2000; KARAM, Maria Lúcia, De crimes, penas e fantasias. Niterói: Luam, 1991; OLIVEIRA, I. et al., O estigma das drogas. Belo Horizonte: Chromos Distribuidora, 1995; POSTERLI, Renato, Tóxicos e comportamento delituoso. Belo Horizonte: Del Rey, 1997.
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