ENCICLOPEDIA de BIODERECHO y BIOÉTICA

Carlos María Romeo Casabona (Director)

Cátedra de Derecho y Genoma Humano

percepción social de la ciencia (Jurídico)

Autor: RAFAEL PARDO AVELLANEDA

Las percepciones públicas de la ciencia y en, particular, de los avances biomédicos son, desde finales del siglo XX, objeto de atención por parte de distintas agencias reguladoras, la comunidad científica, las empresas tecnológicas y otros grupos de interés. En el período más cercano, los resultados empíricos de los estudios de percepciones de la ciencia e incluso sus marcos teóricos han comenzado a ser incorporados en los análisis y recomendaciones de algunos autores del campo de la Bioética.
Hasta ese período, la visión que el «público» pudiera tener de los avances científicos no era cuestión integrante del dominio de la «opinión pública», del análisis académico de ésta, ni menos aún desempeñaba un papel significativo en el proceso regulatorio de la ciencia y la tecnología. Los desarrollos científicos presentaban, por lo general, un perfil caracterizado por: a) un bajo nivel de visibilidad («salience») y atención («awareness») por parte del público; b) tan solo un reducido segmento social seguía con regularidad las cuestiones científicas (el llamado «público atento», integrado por aquellos individuos que satisfacen las dos condiciones de estar ‘interesados’ e ‘informados’ acerca de la ciencia, no rebasaba el 10 por ciento de la población adulta de las sociedades más desarrolladas); c) la percepción dominante de la ciencia y la tecnología, más latente que explícita, se movía en un espacio valorativo que iba desde la neutralidad a una valencia positiva, sin que las visiones críticas de la misma tuvieran peso significativo en la sociedad (aunque sí entre algunas minorías y pensadores singulares).
Es un dato histórico el que la mayor parte de los avances científicos y tecnológicos se han abierto paso sin debate público amplio y sostenido, integrándose silenciosamente en el subsuelo sustentador del complejo sistema de satisfacción colectiva de necesidades de las sociedades avanzadas. De esa trayectoria habría que exceptuar el período de emergencia de la ciencia moderna, en tensión con credos religiosos, el de la primera industrialización, en conflicto con grupos de artesanos desplazados, y la automatización industrial de comienzos del s. XX, con fuertes demandas físicas y psicológicas para los trabajadores, además de acarrear en el corto plazo un incremento del desempleo. En paralelo con la relativa aproblematicidad del acelerado ritmo de cambio científico-tecnológico del siglo XX, tomó forma un contexto de ejercicio de la práctica científica caracterizado por un alto grado de consentimiento social y de baja regulación, asociado al supuesto, ampliamente compartido en las sociedades avanzadas, de la bondad intrínseca del avance del conocimiento y su asociación con el progreso material (una creencia central de la mentalidad o ‘cultura moderna’).
Sólo algunas tecnologías y desarrollos científicos han emergido, de tiempo en tiempo, a un primer plano de la consciencia pública y se han convertido en objeto de controversia o de confrontación entre posiciones morales o políticas. Uno de esos infrecuentes fenómenos de resistencia social, el de los «luddites», se convirtió hasta la primera mitad del siglo XX en metáfora y símbolo de todos los episodios y manifestaciones de no-aceptación de los avances científicos o tecnológicos. Pero esa imagen de la oposición a la introducción de nuevas tecnologías (la nueva maquinaria textil en la primera década del siglo XIX) lleva el sello inconfundible de la era industrial y carece de potencia suficiente para captar los fenómenos de ambivalencia, resistencia y oposición ante algunos desarrollos científico-tecnológicos característicos de la era postindustrial. Fenómenos que aparecen asociados a la preservación de intereses más universales (los del conjunto de la humanidad, los de las generaciones futuras), de bienes públicos (la calidad del medio natural más allá del que le rodea inmediatamente a uno, esto es, defensa medioambiental no reductible al fenómeno etiquetado como «NIMBY», «not in my back yard», sino expresiva de una filosofía «NIABY», «not in anyone’s back yard»), movilización en defensa de otras especies (movimientos de defensa de los animales), de la concepción de la vida y su protección (investigación con embriones humanos), asociadas por lo general a credos religioso-morales, imágenes de autoidentidad de la especie y singularidad de cada individuo (rechazo de una hipotética clonación de seres humanos) y de la demarcación entre especies (resistencia ante la ingeniería genética de plantas y animales, oposición al xenotransplante).
La figura de Victor Frankenstein, fruto de la creación literaria de Mary Shelley por los mismos años en que ocurría el fenómeno ludita, ha mostrado una vitalidad incomparablemente mayor para dar cuenta de la reacción social ante potenciales problemas de la penetración de la ciencia en áreas que, se supone, deberían quedar reservadas a la legalidad «natural» o a los designios del Creador (según que domine una versión secular o religiosa del orden natural). La ambivalencia observada en la última parte del siglo XX ante el avance científico y el cambio tecnológico aparece asociada no tanto a fenómenos de trabajadores cuyo know how y entero modo de vida se ve destruido por las nuevas tecnologías, cuanto a catástrofes tecnológicas visibles (accidentes nucleares, contaminación de amplias zonas por vertidos industriales o de petróleo), el deterioro local y global del medio ambiente (desde el smog al cambio climático inducido por la actividad humana), la producción y uso de armas de destrucción masiva, la alteración buscada de las líneas de demarcación entre especies, la modificación de mecanismos de reproducción de la vida humana considerados «naturales» o un dominio en el que los seres humanos no deberían apartarse de la legalidad prescrita por el Creador del mundo.
Desde finales de los años sesenta ha ido tomando forma un nuevo contexto de desarrollo científico- tecnológico, que refleja tanto la función más activa de éste en el sostenimiento del crecimiento económico y la satisfacción de necesidades, cuanto las incertidumbres sobre sus efectos indeseados. Ese emergente marco se caracteriza por un consentimiento condicionado, mayor presión reguladora y creencias ambivalentes sobre el progreso entre amplios grupos sociales (fenómeno este último que algunos analistas y filósofos han querido capturar con la expresión de «mentalidad postmoderna»). La comunidad científica se ha visto inmersa en un campo de fuerzas en el que tiene lugar una redefinición de las reglas del juego o «contrato social» que había venido soportando sus relaciones con la sociedad. Los gobiernos y las empresas demandan investigación útil (no simplemente investigación «pura», o «blue-sky research», de excelencia) y desde el público —en particular desde asociaciones y grupos de interés como las organizaciones ecologistas o las de consumidores— se formulan demandas de «voz» en las políticas públicas relativas a desarrollos científico-tecnológicos con potenciales impactos indeseados sobre el medio ambiente o la salud. Desde otras organizaciones se oponen reservas y resistencia ante investigaciones científicas con capacidad de erosionar o alterar principios morales o valores sociales centrales. Y en el cambio de siglo se han ido extendiendo las demandas de un «control democrático» de la ciencia y la participación directa en su (re)orientación. Se está asistiendo así a un incremento de los experimentos con formas institucionales de participación del público en la definición de esas políticas y regulaciones, cambios que generan, a su vez, fenómenos de contra-resistencia desde algunos sectores de la comunidad científica, alarmados ante las consecuencias de alterar la demarcación ciencia-público que tomara forma a finales del siglo XIX con la institucionalización y profesionalización de la actividad científica.
En la mayoría de las sociedades avanzadas a finales de la primera década del siglo XXI, la percepción de la población sitúa a la biotecnología, con grados de reserva variables, en el grupo de «tecnologías problemáticas». Desde mediados de los años sesenta del siglo pasado comenzaron a emerger episodios esporádicos e, incluso, tendencias de malestar y resistencia ante algunos subconjuntos de la ciencia, que llegan hasta finales de la primera década del siglo XXI. La biotecnología de plantas y alimentos, las investigaciones sobre clonación de animales, xenotransplante, experimentación con embriones humanos, diagnóstico genético preimplantatorio, constituyen algunos de los elementos integrantes de un área percibida críticamente, y que, en general, no presenta la otra tecnología más dinámica de las últimas dos décadas —el conjunto de las tecnologías de la información—. Es posible que, en los próximos años, la investigación y prácticas de «pharming» (o modificación genética de plantas y animales para su conversión en «factorías» de proteínas de propósito farmacológico) y la nanotecnología se sumen a la lista de cuestiones objeto de debate.
Es importante notar que, frente a los análisis de orientación postmoderna que postulan un giro radical en las percepciones de la sociedad (el tránsito desde el optimismo científico-tecnológico al escepticismo, la desconfianza y el relativismo cognitivo), lo que los datos disponibles permiten afirmar es que estamos ante un fenómeno más específico, caracterizado por la coexistencia de una creencia general en el progreso apoyado en el avance científico y, al tiempo, ansiedad ante algunas familias tecnológicas, con capacidad de afectar «worldviews», creencias y valores morales fuertemente arraigados en la cultura de la sociedad moderna. La percepción crítica de la biotecnología no responde pues a un rechazo general de la ciencia, ni tampoco al romanticismo antitecnológico que tomó forma en los años sesenta del siglo pasado, aunque tome algunos motivos de él, sino que presenta un área de solapamiento con los temores que, desde el arranque de la modernidad, ha conllevado la intervención científica en el dominio de la vida sin un retorno inmediatamente perceptible en el plano de la salud. Una ansiedad capturada por la imagen de Frankenstein, que ocurre sobre un fondo de amplia aceptación de los principales avances científico-tecnológicos.
Los fenómenos de resistencia ante específicas áreas científicas están asociados a algunos factores de naturaleza general, de entre los que destaca, en primer lugar, la emergencia en la última parte de la anterior centuria de la consciencia medioambiental y de valores posmaterialistas, que alteraron significativamente las visiones («worldviews») de la modernidad acerca del mundo natural y de los animales dentro de él. Otra influencia significativa es la explosión de la información públicamente disponible, objeto de atención preferente por parte de los medios de comunicación, acerca de los riesgos tecnológicos y el surgimiento de una actitud de «tolerancia cero» con los mismos (una cultura de beneficios sin efectos secundarios). Finalmente, una confrontación entre algunos credos ético-religiosos y la gran mayoría de la comunidad científica acerca de la caracterización del «momento» en que debe considerarse existe la vida humana individual, sobre el estatus moral y los derechos del embrión, y acerca de los límites a la investigación con embriones (sobrantes de tratamientos de reproducción asistida y/o creados específicamente para hacer avanzar la investigación), mediante técnicas en cambio continuo. En ese espacio de fuerzas ocurre hoy, en gran medida, el modelado de las percepciones críticas por el público de algunos subconjuntos de la ciencia y la tecnología. Las worldviews (en especial sobre la naturaleza y lo «natural», hecho equivaler a lo «orgánico »), los riesgos percibidos y las reservas religioso- morales constituyen, junto a la percepción de utilidad de las distintas investigaciones, algunas de las principales variables explicativas de las percepciones públicas de algunas áreas emergentes de la investigación biomédica.
Ese marco explica que, desde los años ochenta del pasado siglo, se venga desarrollando un programa de seguimiento recurrente de las percepciones públicas de la ciencia, impulsado por agencias de política científica en Estados Unidos (la serie de indicadores bianuales sobre la ciencia de la NSF), Europa (Eurobarómetros de la Comisión Europea) y Japón (NISTEP), así como, más esporádicamente, por otras organizaciones y países. En paralelo, ha ido tomando forma un campo interdisciplinar etiquetado inicialmente como «Public Understanding of Science» (PuoS) en Europa y «Scientific Literacy» en Estados Unidos y desde finales de los años 90 del siglo anterior como «percepciones públicas de la ciencia». En el año 1992 apareció la revista Public Understanding of Science, que, junto a Science Communication, son las dos principales publicaciones académicas en las que se comunican los avances conceptuales y metodológicos de este campo pluridisciplinar.
Hasta finales de los años 90 del siglo anterior, el enfoque explicativo dominante del fenómeno de resistencia ante la ciencia fue el conocido como «modelo de déficit». Los elementos esenciales de ese modelo son los siguientes: 1) en primer lugar la variable «conocimiento de la ciencia» (scientific literacy), abarcando los cuatro aspectos siguientes 1a) interés (declarado) por la ciencia y la tecnología, 1b) información (declarada) acerca de esas áreas, 1c) conocimiento (elemental) de conceptos y tesis básicas de la ciencia, 1d) conocimiento de la dimensión del método de la ciencia (o de los modos más característicos de alcanzar los conocimientos científicos y establecer su objetividad); 2) las actitudes (valoraciones y predisposiciones) ante la ciencia; 3) el supuesto de existencia de relaciones lineales entre conocimiento y actitudes; 4) la implicación de esa relación, entender la oposición a la ciencia como función de una pobre comprensión por el público de la dimensión cognitiva de la ciencia; 5) un programa práctico asociado a ese marco explicativo consistente en la popularización de la ciencia, a través de canales informales varios, desde los «cafés científicos» a los museos, pasando por los medios de comunicación.
Algunos de los resultados principales obtenidos a través de la operacionalización de ese enfoque en una larga serie de encuestas a población general a uno y otro lado del Atlántico son los siguientes: 1) el nivel de interés declarado por las noticias científicas es medio-alto, pero no se corresponde con 2) el grado de conocimiento del público acerca de la ciencia que, por lo general, es bajo o medio, en tanto que 3) las percepciones de la ciencia en general son claramente positivas, sin que exista evidencia de un desencanto general u oposición a la ciencia y la tecnología 4) la estructura de las actitudes es distinta en Europa y en Estados Unidos, dominando la ambivalencia en Europa (percepción simultánea de aspectos positivos y negativos) y en Estados Unidos una combinación de optimismo generalizado y fuerte oposición por parte de minorías muy activas, 5) la comunidad científica es percibida, junto con los médicos, como el grupo profesional que ha contribuido más a la mejora de las condiciones de vida y el progreso y ambos son los que alcanzan mayores niveles de confianza (posición compartida en los últimos años y en algunas sociedades con las asociaciones ecologistas), 6) la percepción favorable de la contribución agregada de la ciencia es compatible con las reservas ante algunos subconjuntos de la misma, particularmente de la biotecnología, 7) el nivel de conocimiento científico es un predictor de las actitudes, pero su contribución a explicar éstas es limitada, como lo sugiere, incluso sin requerir al análisis estadístico o formal, la copresencia de un general bajo nivel de familiaridad con la ciencia y una dominante alta apreciación de la misma (lo cual apunta a que la observación de los efectos de la ciencia resultan necesarias, junto a otras variables generales, para entender las percepciones de la ciencia por el público).
Entre las limitaciones de ese enfoque hay que notar la débil indagación acerca de los valores y criterios morales y su función en la evaluación de algunos desarrollos científicos. Otra, de naturaleza metodológica, es asumir (en consonancia con los modelos estandar de estudio de las actitudes) que las predisposiciones ante el objeto ciencia son una suerte de continuum y, consiguientemente, que todo lo que cuenta es asignar una puntuación a cada individuo en una línea recta que va desde las posiciones de máxima negatividad a las de máxima favorabilidad, obviando los aspectos sustantivos o el contenido específico de las valoraciones. El informe de la Royal Society de 1985, elaborado bajo la dirección de Sir Walter Bodmer, The Public Understanding of Science, constituye una de las expresiones más nítidas de este enfoque de déficit cognitivo del público. Esa perspectiva coincidía con la visión dominante entonces en la comunidad científica y, por lo general, entre los decisores públicos.
No resulta difícil aducir indicadores múltiples de esa débil penetración de la componente cognitiva de la ciencia en las sociedades del presente, incluso de conceptos y tesis científicas elementales que deberían resultar familiares a la mayoría de la población con enseñanza secundaria, especialmente en el caso de las generaciones más jóvenes. Baste aducir aquí dos ejemplos del área de la biotecnología que evidencian un notable desconocimiento, incluso en sociedades avanzadas como las integrantes de la Unión Europea. Según datos procedentes de los Eurobarómetros (la encuesta de la Comisión Europea), una mayoría de europeos cree que «los tomates corrientes no contienen genes, en tanto que sí los tienen los modificados genéticamente», creencia errónea asociada a otra percepción equivocada, documentada también por esa encuesta, según la cual «comiendo fruta modificada genéticamente los genes de una persona pueden resultar modificados». Apoyándose en resultados como éste, no ha resultado difícil concluir que temor ante la ciencia y desconocimiento científico están correlacionados.
El «déficit cognitivo» es, sin duda, un componente significativo de las actitudes del público ante aplicaciones controvertidas del conocimiento científico, como las biotecnológicas hoy. Pero incluso entre quienes piensan que esta variable cognitiva es la fundamental en la explicación de la variabilidad en las actitudes (positivas o negativas) respecto a la ciencia, las posiciones no son unánimes a la hora de proponer cursos de acción para reducir la resistencia o la ansiedad. La mayoría de los analistas en la tradición de «alfabetización científica del público» están convencidos de que una más intensa y mejor utilización de los mecanismos formales (sistema educativo) e informales (literatura de divulgación, cine, museos, medios de comunicación, internet) para acercar la biotecnología al público es la terapia de elección. Algunos autores de esa corriente postulan, además, que la puesta en marcha de fórmulas institucionales de participación del público en la definición o en la implementación de políticas científicas o tecnológicas potencialmente sensibles pueden mejorar el clima de confianza en la comunidad científica y el propio desarrollo científico. Por lo general, esta última propuesta es complementaria a la consistencia en incrementar la familiaridad del público con los conocimientos de la biología contemporánea.
Otros analistas, aún sin cuestionar la tesis del «público mal informado», ven con escepticismo tanto los supuestos conceptuales cuanto las virtualidades prácticas de esa ruta. En primer lugar, por cuanto, a pesar de los esfuerzos llevados a cabo en décadas recientes, los avances logrados en la comprensión de la ciencia por el público han sido relativamente modestos (a tenor de los propios resultados documentados mediante la serie temporal de encuestas de cultura científica llevadas a cabo desde principios de los años ochenta del pasado siglo). Y, sobre todo, porque el umbral de conocimiento para estar informado acerca de la ciencia del presente es tan alto, que sólo resulta alcanzable para quienes han recibido su educación universitaria en ciencia o, incluso más restrictivamente, está irremediablemente confinado a quienes forman parte de la comunidad científica. Saber de ciencia equivale a alcanzar el estadio de «saber cómo» (knowing how) y no sólo el de «saber que» (knowing that), y ni siquiera esta última dimensión está al alcance del público que no cuenta con educación formal en algún área de la ciencia. Concordemente, en lugar de poner en pie mecanismos de participación del público en los casos de controversias sociales motivadas por determinados avances científico-tecnológicos, lo que se requeriría —según esta corriente representada sobre todo por científicos— es restaurar la auctoritas y la legitimidad de los órganos asesores en la toma de decisiones, que deberían estar integrados por expertos independientes. A ello contribuiría también la creación de mecanismos como las llamadas «science courts», instituciones basadas en un sistema de «checks and balances» (propuestas ya en 1967 por Arthur Kantrowitz, con la colaboración de Allan Mazur) que desincentiven el que sectores minoritarios o científicos en los márgenes de la comunidad científica puedan verse tentados de alimentar controversias públicas, prestando su «voz» o legitimidad a grupos de interés o a los medios de comunicación. La expresión por científicos profesionales de opiniones no fundadas científicamente, transmitidas a la sociedad sin pasar por los procedimientos habituales en ciencia de «evaluación por pares» sería, según esta perspectiva, un problema más serio que la baja familiaridad del público con la ciencia. Las «science courts» garantizarían la separación de la mejor evidencia disponible y el juicio subjetivo, el dato o la teoría corroborada siguiendo los protocolos estandar respecto a la pura opción moral o la preferencia axiológica por un determinado curso de acción o política (policy).
Por lo general, estas variantes de la orientación que puede ser etiquetada como «cognitivista ilustrada » operan sobre el supuesto de que cualquier avance científico o tecnológico, resultado del trabajo de la correspondiente comunidad profesional, es moralmente neutral. Incluso en aquellos casos en que puedan aparecer efectos no-queridos de mayor o menor importancia, se da por sentado que, antes o después, podrán ser corregidos con el concurso de nuevas herramientas científicas y tecnológicas, sin apartarse de los patrones de objetividad y replicabilidad por observadores independientes propias del hacer científico —una actitud muy próxima a lo que en el Primer Informe del Club de Roma se denominó «optimismo tecnológico »—. Se atribuye además capacidad de autorregulación a la propia comunidad científica y se descarta, por innecesaria e ineficiente, cualquier intervención externa. Dados esos supuestos, el espacio para la discusión de los problemas y dilemas éticos suscitados por la investigación científica en áreas como la biotecnología es bastante limitado en el marco de este enfoque.
La revisión llevada a cabo en los últimos años acerca de la supuesta relación lineal entre conocimiento y actitudes ha puesto de manifiesto que esa asociación es débil y, también, que estar más o menos informado acerca de la ciencia se manifiesta no tanto en poseer actitudes favorables o criticas, cuanto en el grado de consistencia en las actitudes y en el nivel de discriminación de las percepciones (frente a una percepción holista o indiferenciada, percepciones diversas en función de las especificidades de objetivos y medios a utilizar para su consecución). El clásico problema, conocido desde la seminal contribución de Philip Converse como «ausencia de actitudes» («non-attitudes») o «falta de estructura» (conectividad y consistencia) en las actitudes de amplios subconjuntos del público, investigado originariamente a propósito de las actitudes políticas, comenzó a ser estudiado en la pasada década en relación a las actitudes ante la ciencia, un objeto que, aunque omnipresente en las sociedades avanzadas, por lo general opera en el background y plantea dificultades para su evaluación por el público mucho mayores que la de los objetos políticos (partidos, orientaciones ideológicas, lideres). Y, por lo tanto, hace más difícil la formación de actitudes estructuradas.
Sin negar que el grado de comprensión de la ciencia por el público desempeñe un papel explicativo del tipo de actitudes ante la ciencia (tanto en lo relativo a su valencia valorativa cuanto a su mayor o menor estructura), hay otras variables relevantes e incluso de mayor potencia en el modelado de las percepciones y actitudes. En el caso de la biotecnología, se ha documentado la influencia de la percepción de la utilidad, la percepción de riesgos (atendiendo a dimensiones distintas a las de los expertos, como ha sido puesto de manifiesto por el «paradigma psicométrico»), los valores y juicios morales acerca de la aceptabilidad de modificar el código genético de la vida humana o de otras especies, las «worldviews» o visiones compartidas acerca de la naturaleza, la identidad y las fronteras entre especies y, finalmente, pero no menos importante, la confianza del público en los investigadores y en las agencias reguladoras.
En paralelo al reconocimiento de que las percepciones de la ciencia por parte del público tienen en su base componentes al menos tan relevantes como el grado de conocimiento científico informal, en el período más cercano se ha abogado por dejar en segundo plano la «alfabetización» científica del público para recomendar el enfoque conocido como «3Ds» —diálogo, discusión y debate—, así como la apertura de vías para «atraer» o «vincular» al público («engaging the public», una perspectiva contenida en el documento de The House of Lords, Science and Society, 2000). Entra éstas destacan las llamadas «conferencias de consenso», en las que un reducido grupo de individuos, que se supone representativos del público, analizan y debaten las distintas perspectivas de una cuestión científica o tecnológica controvertida, mediante un diálogo con expertos y representantes de grupos de interés, emitiendo una valoración y consideraciones acerca de aquella, que, en algunos países, es, a su vez, tomada como input en el proceso de toma de decisiones por el parlamento o las correspondientes agencias reguladoras. Otros ejercicios de consulta al público, utilizando metodologías diversas, han sido ensayados también en los últimos años, destacando el llevado a cabo en el Reino Unido bajo el título «A GM Nation?». Las evaluaciones llevadas a cabo de gran parte de estos mecanismos de participación han puesto de manifiesto sus debilidades, además de la baja representatividad y el escaso impacto que alcanzan en influir en las percepciones del conjunto del público.
El papel o relevancia de las llamadas actitudes generales ante la ciencia —una cuestión metodológica debatida en los estudios de percepciones públicas de la ciencia— resulta de particular interés en el abordaje del análisis de las actitudes ante áreas específicas de la ciencia como la biotecnología y la biomedicina. Dado que el universo cubierto por la ciencia y la tecnología es hoy extraordinariamente amplio, se ha señalado que la utilidad de medir valoraciones generales ante la ciencia como conjunto es sumamente limitada. Dicho más concretamente: conocer que un determinado individuo valore positivamente la ciencia en general no serviría de ayuda para predecir las actitudes de ese mismo individuo ante áreas objeto de debate como la biotecnología. Por ello, se ha propuesto que las percepciones de la ciencia se estudien en niveles de agregación intermedia entre, por una parte, el plano más abstracto y general (el conjunto de la ciencia) y, por otra, el muy específico de aplicaciones científico-tecnológicas muy particulares. Entre las actitudes más abarcantes, pero de validez predictiva limitada, y las muy concretas, válidas para predecir conductas muy especificas, pero inútiles fuera del respectivo marco, se situarían las predisposiciones ante clusters o agrupaciones de tecnologías que comparten atributos esenciales (las tecnologías de la información o la biotecnología) y que, se supone, serían capaces de suscitar valoraciones similares (las aplicaciones comprendidas en ese subconjunto serían percibidas de manera coincidente). Pero la investigación de percepciones de la biotecnología llevadas a cabo en la última década ha mostrado que incluso los clusters científico- tecnológicos agregan demasiado. Si bien existen comunalidades en las percepciones de los objetos del cluster de la biotecnología —las percepciones son por lo general más críticas que positivas, algo diferencial respecto a otras familias tecnológicas como las de la información—, las percepciones y valoraciones exhiben una variabilidad significativa en atención a dos factores: a) el propósito o finalidad de las aplicaciones (agricultura y alimentos, etiquetadas como «green biotech», Biomedicina o «red biotech») y b) el tipo de medios a emplear (plantas, animales, humanos). Algunos de los autores que se han ocupado de encontrar la estructura subyacente a las valoraciones de una serie de aplicaciones, han mostrado que de esos dos factores, medios y propósito, este último es el más importante para predecir la aceptación de un determinado desarrollo. En general, las llamadas biotecnologías «rojas» («red» biotechnologies), de naturaleza biomédica, son percibidas favorablemente o, al menos, no se enfrentan a reservas significativas, en tanto que las aplicaciones biotecnológicas «verdes» («green» biotechnologies), dedicadas a la modificación genética de plantas para la agricultura y la producción de alimentos (no a la obtención de proteínas de propósito farmacéutico ni tampoco las aplicaciones medioambientales de la biotecnología como la restauración de suelos contaminados), son valoradas críticamente.
El perfil general de las actitudes del público ante la biotecnología puede ser completado con las siguientes características: a) muy baja familiaridad con los conocimientos centrales de la Biología y la Genética, b) rechazo o, cuando menos, no apreciación de los beneficios potenciales de ese área, anticipados por la comunidad científica y las empresas del sector, c) temor o ansiedad ante los medios a emplear para obtener determinados beneficios, esto es, la modificación genética de la constitución o «blueprint» de plantas, animales y especialmente de los seres humanos, d) bajo nivel de confianza en los investigadores de ese área y de las agencias reguladoras.
Pero esa caracterización debe ser completada notando, en primer lugar, que la resistencia más o menos activa de la primera mitad de los años 90 del siglo pasado (particularmente en Europa) ha cedido el paso a comienzos del siglo XXI a una oposición moderada e incluso a una evaluación positiva de algunas aplicaciones. Y, lo que es más importante, lo característico hoy es encontrar valoraciones diferenciadas en función de la especificidad de los medios a utilizar y las particularidades, aunque minorías más o menos influyentes se acojan a visiones holísticas de rechazo. Esta visión más compleja puesta de manifiesto por diversos estudios de percepciones públicas de la biotecnología suponen una corrección, al tiempo que un complemento, a bastantes de los enfoques bioéticos, que operan a partir de axiomas acerca de lo que es éticamente admisible y lo que no lo es o aplicando perspectivas éticas generales (como el utilitarismo, contractualismo, consecuencialismo y otras), sin preguntarse si es ese el modo de proceder de los individuos en su evaluación moral de cuestiones controvertidas.
Aunque la mayoría de los análisis bioéticos están desconectados de los estudios de percepciones públicas de la ciencia, un creciente y valioso segmento de la literatura bioética toma como punto de partida las valoraciones, empíricamente observables, del público. En ocasiones esta literatura más reciente opera sobre la base de una división de tareas entre ambos campos tal que los análisis de percepciones se limitarían a informar de las preocupaciones y juicios morales de la gente, en tanto que los de tipo bioético se centrarían en desvelar las razones o la «filosofía» sustentando esos juicios. Pero esa partición de dominios no toma en cuenta una serie de aspectos relevantes. En particular, que los valores y criterios morales interactúan con otros valores más generales y «worldviews » (sobre la naturaleza, el mundo animal, la vida humana).
a) Los valores morales interactúan con otros valores más generales y con worldviews (como las visiones acerca de la naturaleza, ciencia, delimitación entre especies).
b) Las percepciones públicas sobre la ciencia (e implícitamente, las visiones morales sobre cuestiones centrales planteadas por las ciencias de la vida) presentan una importante variabilidad dentro y entre sociedades, y ello es relevante para el debate ético y la regulación.
c) Las percepciones públicas no sólo miden los valores morales que las personas tienen, sino también los factores que sostienen dichas visiones éticas (incluyendo los porqués o las razones). d) Los estudios sobre percepciones públicas son habitualmente no normativos, sino descriptivos y explicativos.
Para la gran mayoría de la población, las cuestiones y los dilemas morales no se presentan ni como cuestiones abstractas o aisladas ni son evaluados en referencia a un criterio o principio único y uniforme (a pesar de que ello puede ser el caso para ciertas minorías en relación con cuestiones con gran visibilidad que afectan a sus valores centrales, lo que es particularmente cierto para individuos afiliados a organizaciones de «una cuestión »).
En lugar de ello, aparecen en contextos específicos compuestos o integrados por distintos ámbitos entrecruzados en los que valores y principios éticos múltiples y diversos pueden venir en aplicación.
De manera típica existe una mezcla compleja de valores y creencias convergentes que se refuerzan mutuamente y asimismo, de otros que contrastan o compiten con los anteriores, conduciendo a diferentes posibles evaluaciones y decisiones. Las visiones críticas de las biotecnologías no son únicamente una derivación de la falta de conocimiento biológico (a pesar de que éste resulta extremadamente bajo y contribuye a ello). Dos tipos de variables exógenas deben ser consideradas:
— En primer lugar, un número importante de ángulos evaluativos específicos que la literatura demuestra que son relevantes en la percepción de los desarrollos biotecnológicos: «utilidad», «moralidad », «imprudencia», «naturalidad», «peligrosidad », «jugando a ser Dios», producto de la «arrogancia científica», producto de los «intereses de las multinacionales farmacéuticas», y adicionalmente en el caso de la biotecnología animal, incompatibilidad con la «dignidad animal», «sufrimiento de los animales» y sus «derechos».
— En segundo lugar, variables generales también conocidas por influir en las visiones de la gente sobre la biotecnología: «conocimiento», «expectativas generales sobre la ciencia», «imágenes de la naturaleza», dimensiones distintas de la «visión de los animales», «percepciones generales sobre el riesgo» y «verdad».
Se precisa avanzar en el conocimiento del perfil (distinguiendo entre creencias, conocimientos, valores, imágenes y actitudes), la estructura (¿hay estructura o sólo opiniones y actitudes inconexas?), la estabilidad (¿pueden medirse cambios significativos en las creencias y en las actitudes?), la variabilidad en cada país y entre países de la opinión pública respecto a la problemática de la clonación, así como sobre la matriz en la que la cuestión de la clonación se inscribe o las intersecciones con otras dimensiones culturales de las sociedades avanzadas (¿cultura científica?, ¿medioambiental?, ¿religiosa?, ¿política?). Cuestiones que sólo podrán ser abordadas con el desarrollo de una serie de investigaciones comparadas, soportadas por encuestas realizadas a intervalos temporales regulares entre muestras representativas, suplementadas por técnicas cualitativas para la exploración en profundidad de algunas dimensiones de las actitudes, de difícil estimación a través de cuestionarios estandarizados.

Véase: Biotecnología, Difusión de la Ciencia, Embrión, Experimentación humana, Experimentación con animales, Investigación científica, Nanotecnología, Xenotrasplante.

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