Autor: FRANCISCO JAVIER JÚDEZ GUTIÉRREZ
¿Hasta qué punto debemos usar las tecnologías a nuestra disposición para intentar mejorar nuestras cualidades o incluso hacernos mejores seres humanos? ¿Hasta qué punto debemos desarrollar tecnologías que persigan precisamente este mismo fin de mejora? Debido a los destacados avances de las ciencias biomédicas y las biotecnologías (de biomateriales, nanotecnología, de imagen, de la información y la comunicación, etc.) en las últimas décadas es necesario responder a esta pregunta. La mejora del ser humano aspira a aumentar las capacidades humanas sobre niveles «normales».
Muchas formas de mejora humana están hoy más o menos disponibles o en uso, con diverso grado de extensión. Muchas más están en el horizonte, mutiplicándose las posibilidades exponencialmente. La mejora o modulación de la cognición, el estado de ánimo, la personalidad, el desempeño físico o los procesos biológicos que subyacen al envejecimiento normal ya sea mediante genética, biología molecular, Medicina regenerativa, técnicas de reproducción humana asistida, bioinformática, nanotecnología, robótica, farmacología, etc., son algunas de los elementos de un cóctel que por separado o en distintas combinaciones fascina a muchos y horroriza a otros tantos.
¿Cómo analizar este desafío? Simplificando un abanico de posiciones hay dos polos extremos: posiciones «anti-melioristas» o bioconservadoras en las que predomina el rechazo ante la posibilidad de la mejora (tono pesimista), y posiciones «transhumanistas» en las que predomina la acogida entusiasta (tono optimista). Ambas cuentan con argumentos de peso a tener en cuenta. Pero al final, el ser humano, individualmente y como colectividad (las sociedades, la humanidad), debe afrontar esta encrucijada con las sempiternas armas que le adornan en esta accidentada empresa que es el devenir de la humanidad a lo largo de la historia, entre el «gigante de nuestros sueños y el enano de nuestros miedos»: desplegar proyectos de vida buena, en relación, en un equilibrio razonable de incertidumbre, osadía, prudencia, responsabilidad y deliberación.
I. Más allá del tratamiento. 1.1. Tipos de mejora.—En el siglo XXI las posibilidades de mejora representan un abanico que va desde la mejora o modulación de la cognición, el estado de ánimo, la personalidad, el desempeño físico o los procesos biológicos que subyacen al envejecimiento normal ya sea mediante genética, biología molecular, Medicina regenerativa, técnicas de reproducción humana asistida, bioinformática, nanotecnología, robótica, farmacología, etc. Ávidos de neologismos algunos han acuñado el acrónimo de las tecnologías GRIN (genética, robótica, informática, nanotecnología). Otros se refieren a la «Superbiología » como la combinación de biotecnología y genética, una especie de tecnociencia aplicada al ámbito del ser humano. Lo cierto es que los debates en torno a la mejora giran en tres ámbitos principales:
a) el ámbito de las mejoras en los ámbitos de la mente y el cerebro (cognición, estado de ánimo y personalidad) con el uso de sustancias psicotrópicas u otros medios para obtener una memoria más aguda, un estado de ánimo estable y alegre, una mayor energía y una autoconfianza más sólida;
b) el ámbito de las mejoras corporales de características físicas, incluso por medios genéticos (en combinación con medios de reproducción);
c) el ámbito de la modificación del proceso de envejecimiento.
1.2. Reacciones emocionales: entre el rechazo («¡aggghh!») y la fascinación («¡guaaauu!»).— Ante las posibilidades abiertas por las tecnologías mencionadas existen dos reacciones iniciales emocionales que oscilan entre el rechazo o la repulsión y el asombro o la fascinación. Ambas reacciones reflejan creencias, paradigmas culturales, intuiciones y reacciones iniciales que deben abrir paso a la razón y a los argumentos. Una de los agarraderos espontáneos de las primeras reacciones se refugia en la distinción entre tratamiento y mejora. Pero esta distinción, a la postre, no resulta un agarradero firme.
1.3. Insuficiencias de la distinción entre tratamiento y mejora.—Terapia sería el tratamiento de individuos con enfermedades o afecciones conocidas. Mejora sería el uso, incluso de las mismas técnicas, pero dirigidas para intervenir directamente en procesos no patológicos, sino en la mejora del funcionamiento «normal» del cuerpo o la mente humanas. A primera vista, esta terminología aspira a distinguir entre los usos aceptables y los usos dudosos o inaceptables. Por ejemplo, es una distinción empleada por las compañías de seguros sanitarios. Pero lo que puede valer para el ámbito actuarial, incluso lo que es una distinción útil para hacer una llamada de atención y una invitación a una reflexión cuidadosa, resulta finalmente inadecuada para el análisis moral definitivo. El significado para el ser humano y la valoración moral de los asuntos en discusión es improbable que se resuelvan mediante la etiqueta de «mejora», del mismo modo que tampoco se resuelven por la naturaleza de la intervención tecnológica en sí misma (sea genética, farmacológica o robótica).
1.4. Más allá de la mejora propia, la mejora de las generaciones futuras: ¿aberración u obligación?— Un elemento de adicional preocupación o vértigo, consiste en la introducción de mejoras transmitidas a las generaciones futuras. La combinación de técnicas de reproducción asistida, junto con las posibilidades de ingeniería genética abren la reflexión a temas de enorme controversia como son los del estatuto del embrión, la clonación, el uso de células troncales, el diagnóstico preimplantatorio, la selección de sexo o la eugenesia. Pero aquí de nuevo las posiciones se polarizan entre la denuncia de aberración de despotismo genético hacia las generaciones futuras o el entusiasmo que considera una obligación ofrecer unas mejoras disponibles para la descendencia. Como en el caso de la ingeniería genética, lo somático, es decir, lo aplicado al propio afectado, presente y que puede decidir libre e informadamente, siempre ha resultado menos problemático que lo aplicado germinalmente, es decir, transmitido a la descendencia, que no está presente ahora, y ante la cual se pueden anticipar las consecuencias pero no predeterminación de manera incontrovertible. Adicionalmente, los abusos cometidos en los años 30 y 40 del siglo XX por el movimiento eugenésico, primero en sociedades como la estadounidense y después multiplicado por el antisemitismo de la Alemania nazi bajo Hitler, alimentan más la polémica sobre estas posibilidades. Sin embargo, como veremos más abajo, algunos creen que la aplicación no impuesta estatalmente y coercitivamente sino libremente adoptada por individuos en sociedades liberales y democráticas (eugenesia liberal) marca una diferencia crítica en el análisis moral. Diferencia, que otros muchos, no consideran ni mucho menos definitiva. Pasemos, pues, a un análisis más detallado de los argumentos empleados.
II. Estado de la cuestión. Buscando la racionalidad, entre el transhumanismo y el antimeliorismo.— Vamos a presentar las dos posiciones polares que nos permitan ir desgranando los distintos argumentos a favor y en contra de las intervenciones de mejora. Por un lado los argumentos que aceptan de buen grado la mejora y la abrazan dándole la bienvenida incluso si supone la evolución se los seres humanos hacia algo diferente (un futuro post-humano). Por otro, las preocupaciones de posiciones que rechazan muchas de las intervenciones de mejora o la propia búsqueda de la misma, lo que algunos autores han denominado posiciones «anti-melioristas».
2.1. El imperativo biotecnológico y el transhumanismo (¿el gigante de nuestros sueños?): un futuro post-humano.—Ya hemos comentado cómo algunos denominan tecnologías GRIN al conjunto de posibilidades biotecnológicas que más allá de cambiar nuestro entorno nos «tientan» ahora con la posibilidad de cambiarnos a nosotros mismos. Quién debe decidir qué hacer con lo que puede hacer es el propio ser humano. Pesa la tendencia de la historia guiada por el imperativo tecnológico. Los más entusiastas defensores de la mejora sin ambages son los seguidores del Transhumanismo (www.transhumanism.org). Estas posiciones defienden lo que denominan un uso ético de la tecnología para extender las capacidades humanas. En lo que llaman «humanidad plus» (Humanity+) se defiende la creencia y apuesta por la superación de las limitaciones humanas a través de la razón, la ciencia y la tecnología. Según estas posiciones, estamos en una curva de cambios exponenciales, sin precedentes en la historia, que pueden (van a) transformar la naturaleza humana. Ante esta realidad la postura es: «¡Bienvenida sea! ¡Cuerpos que no envejecen (inmortales) y almas felices (sin sufrimiento)!».
Se proclama un apoyo inequívoco al intento de eliminar la enfermedad, vencer a la muerte y mejorar tanto el cuerpo como la mente más allá de las limitaciones de la condición humana. Si el humanismo permitió liberar al ser humano de la superstición, el transhumanismo proclama liberarlo de las «cadenas biológicas». Para las posturas más entusiastas se abriría una etapa libre de las servidumbres freudianas-darwinianas del eros y el thánatos, una etapa que ya no necesitaría a Dios para que la humanidad fuera buena, pues ésta estaría presidida por el deseo de evolucionar hacia un mundo donde primara el auto-interés sensible, la benevolencia genética, la táctica racional para la supervivencia y el bienestar mutuo que guiarían el progreso humano a través de la racionalidad científica (tecnoromanticismo). En definitiva, el ser humano no estaría sometido al destino, a la naturaleza o a Dios, sino que ejercería la evolución del diseñador.
Posiciones defendidas en el ámbito de la Bioética en este sentido favorable estarían representadas por los trabajos de Julian Savulescu y de John Harris. Para ellos, el objetivo de la mejora lejos de ser egoísta y no ético, debe guiarse por las profundas aspiraciones que ha marcado siempre la Bioética: la aspiración de mejorarnos a nosotros y mejorar el mundo en el que vivimos. La búsqueda de la beneficencia, la vida buena o más aún, la vida mejor.
2.2. Preocupaciones «anti-melioristas» (¿el enano de nuestros miedos?): posiciones «bioconservadoras».—Frente a las posiciones favorables a la mejora, epitomizadas en las posturas transhumanistas, otros autores elevan la voz de alarma. Francis Fukuyama (autor de El final de la historia) califica al transhumanismo como la «idea más peligrosa del mundo». Recuerda un poco a Chesterton (salvando las distancias de uno de los maestros de la ironía y la finura literaria) que en contra de las ideas extendidas en su tiempo combatió, «para destruirlo», «el mal», «el plan de acción o escuela de pensamiento» que se vino a denominar «eugenesia». Veamos algunas de las dificultades y argumentos que se invocan en relación a la mejora. Los agruparemos en dos bloques. Uno que recoge objeciones primeras, casi obligadas, que deben sortearse ante el advenimiento de cualquier innovación aplicable al ser humano fruto de la experimentación humana, pero que no resultan definitivos a la larga. Otro que recoge objeciones de fondo, de marcado carácter axiológico e incluso antropológico, también basadas en una visión más pesimista de la historia del ser humano, en algunos casos, que a la postre remiten a otro ámbito más radical, que veremos en un bloque de consideraciones finales. Algunos destacados autores que en Bioética o en filosofía moral han expresado sus reservas en último término ante las intervenciones de mejora son Jürgen Habermas, Leon Kass o Michael Sandel, aunque con posiciones matizables entre sí.
2.1.1. Objeciones obligadas (pero no definitivas a la larga). a) El argumento de la seguridad. Toda intervención aplicable a los seres humanos debe proceder del respeto escrupuloso al proceso de experimentación humana y a los sistemas de seguridad que protegen a los pacientes. No puede indicarse, a riesgo de vulnerar el principio de nomaleficencia, básico en la fundamentación Bioética, una intervención que no esté validada y que no sea segura. Muchas de las técnicas de mejora se consideran a día de hoy no validadas, inseguras o ineficaces. Pero esto es algo que puede solucionarse con el tiempo, mientras se mantienen las garantías de protección y los estándares que corresponden a la experimentación con seres humanos. Esto no quiere decir que sólo se utilicen técnicas exentas de riesgo. El riesgo se pondera con las posibilidades de tratamiento, ganancia en salud o mejora que brinda la técnica que se quiere emplear, junto con la decisión libre e informada de un sujeto. Ahora bien, ¿hasta qué punto se puede arriesgar la salud básica intentando estar «mejor que bien»? Por otra parte, ¿qué hacer con unos poderes «perfeccionados» asumiendo que puedan usarse con seguridad?
b) El argumento de la injusticia. Este argumento remite a dos aspectos. El primero tiene que ver con no disponer de ventajas «injustas» en actividades competitivas y es debatido al hilo de las mejoras en el deporte, por ejemplo. El segundo alude a la justicia distributiva o al principio de justicia. Mejorarnos a nosotros mismos es injusto, mientras no se garantice un acceso equitativo a las técnicas de mejora. Sin duda, los problemas de justicia y de equidad son una importante preocupación de política pública, en relación a la mejora o a cualquier otro uso de la tecnología. Pero no aclaran porqué o porqué no las intervenciones de mejora están bien o mal, en sí mismas.
c) El argumento de la coerción o la libertad. Ya hemos visto como hay una primera argumentación, en la que hay mayor acuerdo, de que las intervenciones de cualquier tipo, incluidas las de mejora que son impuestas coercitivamente por regimenes tiránicos son una aberración moral de las que la humanidad debería haberse vacunado a partir de la historia reciente. Pero hay una segunda línea de argumentación que presenta como aceptables las mejoras elegidas libremente por individuos informados. Ante estas posiciones, los críticos aducen que también hay un fuerte componente de presión y control social en la búsqueda de mejoras propias en entornos liberales o democráticos. Existe una fuerte presión de los pares. Si todo el mundo recurre a una mejora, el que no lo hace queda en una desventaja que le hace replantearse su posición. Es al argumento cuando se extiende el dopaje en un deporte, como fue el caso de los esteroides en el béisbol o en el fútbol americano. Entonces, jugar sin esteroides es «ir desnudo». Por otra parte, hay nociones de excelencia definidas socialmente que están «de moda» y ejercen una importante presión social. Esto abre otra problemática que algún autor ha calificado como el «problema de la conformidad o de la homogeneización». Cuando se multiplican las mejoras a partir de las decisiones libres de individuos y se generalizan se produce una reducción del rango de opciones humanas (se baja el techo o más bien se sube el suelo). Se producen efectos agregados de decisiones individuales proclives a emplear mejoras biotecnológicas, cada una de los cuales puede ser defendible o al menos no objetable en un análisis caso a caso, pero que a la larga reducen las posibilidades de la libertad, individualidad y grandeza genuinas. Kass habla de la «tragedia de los Comunes» en la que búsquedas genuinas de satisfacción de los individuos son anuladas o incluso empeoradas debido a las consecuencias sociales de obtenerlas todos. En este futuro, pasarían a ser valiosos los reductos de diferencia, como las islas remotas en Un mundo feliz. Sin duda, estas consideraciones exigen una innegable atención por su dimensión social y política, pero ¿cómo se resuelven las decisiones individuales, el fondo de la cuestión de la «auto-mejora» aún usando tecnologías seguras, equitativamente disponibles, no coercitivas y no pasajeras?
2.1.2. Objeciones de fondo (axiológicas), que sólo el futuro dirimirá.—El patrón común de estas objeciones es que remiten a un eje en el que lo que está a debate es la naturaleza humana, la dignidad humana, el sentido de la persona o del ser humano. Algunas pinceladas mencionaremos en las consideraciones finales de esta voz, además de remitir a otras voces relacionadas. Pero antes hay que detallar los argumentos que apuntan a estas objeciones de fondo, más o menos certeramente.
a) El argumento del egoísmo o la vanidad. La búsqueda de la perfección a través de intervenciones biomédicas es vana, egoísta y no compensa. Es un argumento de valor, de juicio de valor, difícilmente generalizable, que no parece definitivo. Hay un amplio abanico de decisiones de los individuos (en las sociedades occidentales) que quedan a su gestión privada con un gran margen de discrecionalidad por más que dichas decisiones resulten moralmente rechazables o no sean edificantes. Recurrir a la cirugía estética, consumir programas de telebasura aspirando a las vidas de los ricos y famosos, participar en concursos-espectáculo no por lo que uno destaca como virtuoso sino por el escándalo que puede generar son ejemplos de acciones que muchos pueden calificar de egoístas, vanidosas o estériles, pero no por ello se prohíben. En el ámbito de los modelos de vida buena, que se mantengan dentro de unos límites morales y sociales aceptados, cabe promoción, oferta, pero no imposición o prohibición. ¿Qué límites? Estos no se dirimen por la invocación al egoísmo o a la vanidad.
b) El argumento de la autenticidad. Las mejoras del rendimiento a través de bioingeniería no son auténticas, son trampa y por tanto no son moralmente aceptables. Este es un argumento intuitivo por el que nos resulta de entrada menos admirable lo conquistado «sin esfuerzo» que lo conquistado con sudor, perseverancia y superación. Uno se maravilla ante la calidad del tenis desplegada por Roger Federer. Pero no deja de asombrarse todavía más por la tenacidad de Rafael Nadal para vencerle en una final en Wimbledon, a pesar de tener más limitaciones técnicas para destacar en dicha superficie. Ese ejemplo resulta edificante para el mundo y lo calificamos de admirable. Competir dopado o beneficiándose de mejoras de determinado tipo que se considera que ofrecen ventajas injustas o desvirtúan la autenticidad del deporte en cuestión, lejos de resultar admirable resulta decepcionante. ¿Cuál es el elemento auténtico de una actividad competitiva? ¿El espectáculo o determinadas características adquiridas mediante la maximización de las condiciones naturales con trabajo y esfuerzo, o incluso la superación más allá de las limitaciones, a través del tesón, la ambición o el coraje? Si hay una argumento atractivo en primera instancia, pero no es fácil delimitar más allá de lo admirable, que algo sea moralmente inaceptable, sobre todo fuera de las actividades competitivas, que al fin y al cabo no son las únicas que realizamos los seres humanos.
c) El argumento de la deformación del carácter. La felicidad conseguida a través de acciones de «bioingeniería» que persiguen mejorar sólo deformarán el carácter del ser humano. Este argumento lo vamos a detallar más al presentar el siguiente, que alude a la deformación de la naturaleza del ser humano. Ambos siguen razonamientos semejantes en los que se produce una amenaza de deshumanización precisamente tras la promesa de la superhumanización.
En relación al carácter se arguye que la facilidad a través de las mejoras biotecnológicas en la consecución de algo (físico, anímico, mental), sin esfuerzo, afectará, para peor, al carácter de las personas. Es obvio que es más que plausible que algunas experiencias humanas forjan el carácter, experiencias de superación y de conquista. Pero también lo es que idénticas experiencias a otras personas las quiebran y sucumben. Quién sea capaz de sacar elementos virtuosos y quién viciosos de una misma situación depende por tanto, no sólo de la situación en sí, o de los medios que se empleen en la misma. Hay otros factores en la propia versatilidad y pluralidad de la experiencia humana que hace que uno se pregunte si no es posible que conviva la virtud y la mejora.
Un argumento paralelo expresado por Sandel es el de la realidad de la vida como «obsequio» más allá de las acciones propias. Para este autor esta sana actitud vital se resquebrajaría con la actitud de dominio que supone las intervenciones de mejora. El problema es semejante al del carácter. Cierto que la modestia, la humildad o el refrenarse son virtudes que precisa el ser humano y que pueden verse comprometidas por las intervenciones de mejora pero, en sí misma la realidad de obsequio (como el mundo en el que vivimos) no parece dirimir qué de lo que recibimos o nos es dado debemos conservar, y qué contrarrestar, combatir o erradicar.
d) El argumento de la violación o destrucción de la naturaleza humana.
Resulta el argumento de fondo más articulado. Según este argumento, un nuevo poder basado en la ciencia o en la biotecnología para refabricar la «creatura» que es el ser humano (ya sea resultado del destino, la naturaleza o la voluntad divina) a partir de sus propias fantasías de mejora viola la naturaleza humana e incluso, pero aún, puede destruirla. Se trata de la actitud de exaltación de la hybris, el orgullo o engreimiento del ser humano, la tentación de «jugar a ser Dios». El problema no es ya tanto el disponer de poderes como los de Dios y emplearlos, sino el hacerlo sin la sabiduría de Dios. Por eso, se impone un respeto a la «naturaleza humana» y la aplicación del principio de precaución. Mediante esta actitud no sólo se intentan evitar consecuencias no intencionadas, sino revisar la bondad no cualificada de nuestros objetivos. En este sentido se precisa analizar la bondad de los fines, la solidez de los medios, así como el significado de la actitud de buscar enseñorearse, controlar e incluso transformar la propia naturaleza recibida.
He aquí el gran tema de fondo planteado. ¿Debemos aceptar el destino «pretendido» por la Naturaleza o por Dios o tomar control de nuestro propio destino evolutivo a través de las promesas de la ciencia? ¿Hasta dónde debe enseñorearse el ser humano con el conocimiento y el poder que está alumbrando?
El quid, más allá de si la actitud de señorío y control sobre la naturaleza es soberbia, orgullosa o temeraria, y corrompedora de nuestro carácter es si debemos utilizar lo que sabemos de cómo funciona la naturaleza para cambiar su carácter y sus efectos. Y consecuencia tendrá dicha intervención. Es decir, si debemos ejercer el señorío de los medios de la naturaleza sin conocer (o sin importar) la bondad de los logros de nuestra intervención. ¿Es eso señorío en realidad o temeridad? En ausencia del conocimiento sobre los fines, ¿no será lo que guiará al «señor» aquello que controle su voluntad (un impulso, un sentimiento, un deseo, una pulsión)? Es decir, en gran medida serán residuos de su propia naturaleza los que operarán en el «controlador». Estas consideraciones llevaron a C.S. Lewis a formular que lo que parecía el dominio de la naturaleza por parte del ser humano, sin ese conocimiento rector, deviene en dominio del ser humano por la naturaleza.
d) El argumento de la deformación de la paternidad. Finalmente, al igual que vimos el análisis específico que exigen las intervenciones de mejora cuando más allá del uso en un individuo presente se aplican para transmitirlas a la descendencia, al hablar de las características de la labor que ejercen los padres, se argumenta que el uso de intervenciones de mejora adulterarán la esencia de la propia paternidad o ejercerán un despotismo insoportable sobre su descendencia. A las herramientas sociales y ambientales que emplean hoy en día los padres para decidir lo que inculcan, proponen, estimulan o exigen a sus hijos, se unirían las intervenciones biotecnologías de mejora lo que ampliaría la gran capacidad discrecional, con el peligro consiguiente del despotismo genético de una generación sobre la siguiente. Lo cierto es que hay malos padres y buenos padres, padres opresivos y padres desentendidos, padres castrantes y padres que potencian a sus hijos. Pero no se ve cómo la bondad o maldad de la paternidad puede dirimirse por el hecho en sí de recurrir a intervenciones de mejora para sus hijos.
III. Consideraciones finales: naturaleza del ser humano, grandeza y fragilidad.—Desde hace tiempo es evidente que la ciencia va más deprisa de lo que nuestras intuiciones morales son capaces de asumir: hoy ya es materialmente posible encargar una mascota (que parezca) exactamente igual que la que acabamos de enterrar (aunque sea otra); o reivindicar que se asegure que nuestros hijos tendrán las mismas determinaciones genéticas que nosotros (al menos en determinados rasgos), incluso cuando consisten en algo como la sordera. La mayoría de las personas se sienten cuando menos incómodas ante algunas de las posibilidades que abre la ingeniería genética, aunque no siempre les resulta fácil explicar por qué. ¿Qué tiene de malo manipular nuestra naturaleza? ¿Dónde están las líneas rojas, si las hay? Para debatir sobre la ética de la mejora es preciso abordar preguntas que el mundo moderno ha ignorado desde mucho tiempo, y que, en gran medida, bordean el terreno tradicional de la teología primero y de la filosofía después. ¿Cuál es la actitud que debe tener el ser humano ante el mundo, ante los otros y ante sí mismo? ¿Cómo debe utilizar el conocimiento científico-técnico del que dispone? ¿Qué fines son defendibles para buscar la excelencia? ¿Qué medios son adecuados para conseguirla? ¿Qué es en sí misma la excelencia humana?
Como hemos afirmado es improbable que el significado humano y la valoración moral de una intervención se resuelvan con el uso del término «mejora», ya sea para rechazarla ya sea para aceptarla, del mismo modo que no se resuelven tampoco por la naturaleza de la intervención tecnológica en sí misma (sea cuchillo, energía nuclear, genética o biotecnología).
Asimismo, no parece que ninguno de los argumentos invocados para rechazar, en principio, las intervenciones de mejora sea concluyente. Sin duda, son reales los peligros existentes, entre los cuales no está tanto elementos de las tecnologías en sí, una a una, utilizadas por individuos libremente, sino muchas veces, la aglomeración de efectos individuales en situaciones colectivas que vulneran otra muchas premisas éticas que nos producen miedo o preocupación (tiranía, bioterrorismo, eugenesia coercitiva, injusticias económicas, desigualdades sociales y marginación, etc.). La humanidad tiene detrás de sí una historia de fragilidad y de grandeza, de lo mejor y lo peor. Pero éste es el terreno de la delimitación de mínimos morales acordados en sociedad y exigibles a todos y máximos exhortables que sean el desenvolvimiento de modelos de vida buena en sociedades plurales.
El ser humano, por su misma naturaleza es un animal que constantemente busca modos de mejorar su vida a través de medios y dispositivos. Esto es lo que Rosseau llamaba la perfectibilidad del ser humano. ¿Hasta qué punto nuestra fragilidad, que intentamos superar, nuestra finitud, nuestra mortalidad no es precisamente una condición para muchas de las mejores características de lo que supone la humanidad, al menos como la entendemos hoy? Pero, por otra parte, ¿dónde está dicho que este modo de entender nuestra humanidad no pueda ser concebido de un modo dinámico y pueda ser transformado o modificado hacia nuevos horizontes?
Una vez más no tenemos atajos fáciles. Para desplegar proyectos de vida buena, en relación unos con otros, como en tantos asuntos de la ética en general y de la Bioética en particular, en el análisis de la bondad moral de las intervenciones de mejora, aquí y ahora, pero también para el futuro, nos vemos abocados a recurrir a un equilibrio razonable que pondere la incertidumbre y actúe con una mezcla «artesanal» de coraje, prudencia, responsabilidad y deliberación. No nos demoremos en continuar analizando las implicaciones tanto de nuestras decisiones como de nuestras posibilidades.
Véase: Biotecnología, Dignidad humana, Discapacidad, Discriminación y salud, Enfermedad, Especie humana, Eugenesia, Generaciones futuras, Ingeniería genética, Principio de justicia, Principio de no maleficencia, Principio de precaución, Principio de Responsabilidad, Riesgo, Salud, Ser humano, Tecnociencia, Tratamiento.
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